sábado, 30 de enero de 2010

LAS CATILINARIAS - Juan Montalvo


Título: Las catilinarias

Autor: Juan María Montalvo Fiallos (Ambato, Tungurahua, 1832; París, Francia, 1889)

Año de publicación: 1880-1882

Edición: Libresa, colección Antares, segunda edición, diciembre 2008

Páginas: 393; Estudio introductorio + Algunos juicios críticos + Cronología + Bibliografía recomendada + Temas para trabajo de los estudiantes + 12 ensayos

Conjunto de doce ensayos publicados entre 1880 y 1882, que critican al dictador Ignacio de Veintemilla, que ejercía un mal habido poder en el Ecuador desde 1876: lo tacha de tirano, de inculto y salvaje; condena su prepotencia y arrogancia; pone en evidencia la corrupción, la opresión y los crímenes políticos que propicia. Y, como cortina de fondo, describe a la sociedad ecuatoriana de su tiempo, sin dejar de juzgar, también en forma dura, a otros políticos o a sectores del clero.
Considerado el libro más combativo de Montalvo, Las Catilinarias conserva actualidad. Transcurridos más de cien años de su publicación, sus críticas parecen dirigidas a combatir una situación social y política que no parece haber cambiado nada, sino, por el contrario, hacerse más grave.

Hoy finalmente me enmiendo de una de las mayores carencias que tenía este blog. No era justificable el hecho de que en una página dedicada a autores ecuatorianos faltase un artículo sobre Juan Montalvo, para muchos el hombre que ha dado mayor lustre a las letras de este país. Más aún cuando anteriormente ya he reseñado una obra de Juan León Mera, su álter ego oscuro (pido perdón por llamarlo así; sólo es que me llaman la atención las coincidencias entre ambos literatos: los dos nacieron en el mismo año, en la misma ciudad y su nombre de pila es Juan, pero uno es conservador mientras que Montalvo es liberal) a pesar de que yo debería tener más afinidad con este autor. Lo dicho, esta manifiesta injusticia quedará hoy resuelta con el comentario de “Las catilinarias”, quizás la obra más popular de Juan Montalvo, una colección de artículos/ensayos dedicados a dinamitar la imagen pública del dictador Ignacio de Veintemilla.

Tengo sentimientos encontrados al respecto de esta obra. Por un lado he quedado admirado por la elegancia y la maestría en el manejo del lenguaje de la que hace gala el autor ambateño, y por otra encuentro ciertos detalles que me chirrían. Mejor comenzaré con lo que menos me ha gustado, así me lo quito de encima.
Primero. Soy consciente de que, a pesar de que Juan Montalvo es la voz de los liberales ecuatorianos, es un liberal del siglo XIX. Es un liberal pre-Nietzsche, pre-Darwin, pre-Marx y pre-Freud (sé que algunas de estas figuras son contemporáneas o incluso anteriores a Montalvo, pero sus ideas aún no han sido suficientemente difundidas, estudiadas o aceptadas). Con ello nos encontramos con que muchas de las aseveraciones que encontramos en esta obra nos pueden parecer muy rancias, más cercanas a lo que hoy entendemos como conservadoras. Esto es así cuando el autor, refiriéndose a los primeros movimientos feministas que levantan su voz en Europa, dice: “No vamos tan adelante en nuestras exigencias, señores, que nos pongamos ahora a reclamar el pleno ejercicio de los derechos políticos, como en mala hora están haciendo en Francia, Alemania y otras naciones ciertas mujeres de poco juicio;…”. No es este el único caso. En ocasiones arremete contra minorías étnicas, como negros o indios, además de despreciar la cultura ancestral de su propio país. Da la impresión de que le gustaría que el Ecuador fuera una nación europea y le cabrean todas las singularidades que lo aparten de su visión.
Otro detalle discordante es que denuncia la hipocresía del clero, pero él mismo habla como un predicador, dando recetas para la salvación del alma (no estoy acusando al mismo Montalvo de hipócrita pues no considero contradictorias ambas cosas, sólo me llama la atención que, siendo liberal, dedique tantas letras a adoctrinar sobre moral cristiana).
Por último, y con esto me dejo de dar pegas, Juan Montalvo se quiere mucho a sí mismo. Él es un genio, todo lo que hace es honorable y todo aquel que ose criticarle es indigno. Acepto que estos son artículos muy personales y que en el género ensayístico la humildad no suele estar presente (salvaré si acaso a Alfredo Bryce Echenique, pero se dice que no todos sus artículos son suyos), acepto que, efectivamente, él se condujo fiel a sus principios a lo largo de toda su vida, acepto que la mayor parte de sus críticos eran ciegos a sus propias vigas, pero Montalvo se excede en su glorificación.
Vayamos ahora a las partes que son dignas de elogio. La primera salta a los ojos nada más leer la primera página. El estilo de Montalvo es sublime, muy claramente influenciado por Cervantes. Se nota que fue un hombre de vasta cultura, pues muy a menudo inserta referencias clásicas. Eso sí, si considera que estas son demasiado oscuras de inmediato hace la aclaración pertinente para que los lectores más legos puedan comprender el sentido de sus metáforas.
En todas y cada una de las doce catilinarias Montalvo se dedica a desollar a un personaje de la política ecuatoriana. Su víctima predilecta, cómo no, es el citado general Veintemilla (un oscuro tiranuelo que habría sido olvidado por la Historia si el propio Montalvo no lo hubiera hecho inmortal), pero también dedica sus dardos envenenados al anterior presidente, Antonio Borrero, a su ministro Manuel Gómez de la Torre, al general José María Urbina, así como a distintas congregaciones religiosas (le tiene mucha inquina a los jesuítas). Montalvo domina el arte del insulto en distintas variantes. En ocasiones se limita a emplear el sarcasmo (son despiadadas las descripciones que hace de sus enemigos, tanto físicas como morales), pero otras veces pide directamente el asesinato del personaje en cuestión. No se corta en llamar pusilánimes a los ecuatorianos por no echarse a la calle a despedazar al déspota que los gobierna (esta acusación me produjo no poca sorpresa además de parecerme muy injusta, pues son pocos los presidentes que han completado su legislatura en la República de Ecuador, siendo los más de ellos, también Veintemilla, depuestos por acción de un golpe militar o de una revuelta ciudadana).
Pero sería muy inapropiado decir que “Las catilinarias” es sólo un catálogo de insultos. Montalvo imparte lecciones de buena educación, de buenas costumbres, de buen juicio y de estética. Este libro puede ser considerado (y así lo ha sido por mucha gente) una auténtica guía moral.
Para concluir, y teniendo en cuenta los aspectos menos favorables que remarqué antes, este libro es un grandioso modelo de retórica. Y es un auténtico placer leerlo.

Puntuación: 79/100
 
Posdata. Dentro de dos sábados seguiremos con obras dedicadas a dictadores de triste fama. Comentaré entonces “Sé que viene a matarme”, de Alicia Yánez Cossío, donde se nos narra la vida de Gabriel García Moreno.

sábado, 16 de enero de 2010

LA MADRIGUERA - Abdón Ubidia



Título: La madriguera


Autor: Abdón Ubidia (Quito, Pichincha, 1944)


Año de publicación: 2004


Edición: Editorial El Conejo, 2009


Páginas: 346, 17 capítulos

Bruno es un pintor de cincuenta años que se pregunta por el sentido de su vida, de sus amores y de su arte. AleXandra es una dama que intenta llenar con pasión el vacío de su existencia. La ciudad es un espacio que ya no cree en utopías y que ha dado paso a una modernización sin alma. En el país, la pus de la corrupción se desborda. Bajo este marco, esta novela, que pronto habrá de convertirse en un texto memorable de nuestra literatura, desarrolla una historia de amor y otra de estafa financiera y chantaje que mantendrá en vilo a sus lectores.



La Madriguera es un novela de escritura lúcida que convierte en materia de la ficción los debates culturales del mundo contemporáneo; un texto que atrapa al lector inteligente por la sobriedad de su narración; una escritura que domina el arte de contar una historia.


Al mismo tiempo, La Madriguera, de Abdón Ubidia, es una novela que indaga profundamente en las contradicciones existenciales del ser humano que, heredero de los ideales del pensamiento moderno, se ve enfrentado al cinismo doloroso de la posmodernidad.


Raúl Vallejo


Hoy, por primera vez desde que abrí este blog, voy a repetir con un autor. El elegido no podía ser otro que Abdón Ubidia, de quien ya comenté la novela “Sueño de lobos” en el primer artículo que publiqué en esta página.

Quiero revelar aquí una costumbre personal que tengo. Todos los años los tengo que comenzar leyendo una buena novela. Considero que según la satisfacción que obtenga de esa primera lectura así será de bueno el año. Sé que es una tontería (como lo son todas las tradiciones), pero cuando uno está necesitado de fortuna cualquuier rito es válido. A lo que iba. Por si esta costumbre funciona prefiero no pillarme los dedos e ir sobre seguro, de manera que elijo muy bien la obra que me encontrará leyendo el nuevo año. Donde otras veces han estado Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa o Jorge Luis Borges, hoy está Abdón Ubidia. 2010 será un gran año.
Nos encontramos en Quito a finales del siglo XX. El volcán Pichincha está escupiendo bocanadas de ceniza sobre la capital, el gobierno de Jamil Mahuad se tambalea, el país se encuentra sumido en una crisis financiera que terminó de arruinar a las clases medias y bajas, empujando a cientos de miles de ecuatorianos a hacer cola en las embajadas para conseguir un visado de escape…
Con este telón de fondo se nos cuenta la historia de Bruno, un pintor que alcanzó cierto reconocimiento en los ochenta pero que se encuentra hastiado, artística, sentimental y vitalmente. El protagonista toma la determinación de colgar los pinceles y encauzar su vida. Pretende organizar una fundación en su ático (la Madriguera) que aglutine a otros artistas plásticos de la ciudad. Su plan fracasa y el artista opta entonces por el Mal. Con la ayuda de su amigo Bernardo, falsificador de cuadros, pretende chantajear a su hermano mellizo, uno de los empresarios más influyentes del país y con el que no mantiene ninguna relación desde su juventud.
Lo primero que conviene aclarar es que, a pesar de lo que se pueda desprender de este resumen o del texto de la solapa, este título no es un thriller. La trama del chantaje al mellizo puede contener cierto suspense, pero este se diluye pronto. Desde luego no ha sido ese el camino que ha querido tomar el autor. Lo que yo entiendo (yo, que no he vivido en ese lugar ni en ese tiempo; yo, que no conozco la realidad ecuatoriana si no desde fuera) es que “La Madriguera” es una reflexión sobre la ciudad, sobre aquello en lo que se ha convertido. Es, de alguna manera, un manual de instrucciones para entender a Quito en los albores del siglo XXI. La decisión del protagonista, cuando después de años de integridad, deja de ser artista para convertirse en mercader, traicionando todos sus ideales, es la deicisión de una sociedad entera, de una ciudad pintoresca y conventual que, de la noche a la mañana (gracias a la intercesión del santo petróleo) vende su alma y se convierte en algo para lo que no estaba preparada.
En la contraportada de esta edición aparecen fragmentos de diversas críticas. En casi todas ellas se hace un elogio de la reflexión sobre la opción del Mal que Ubidia hace en esta obra. Me adhiero a ellas, pero mi adhesión es condicional. Es cierto que en “La Madriguera” se analiza esa opción por el Mal (el mismo autor lo repito continuamente en la segunda parte de la novela), pero es un Mal mediocre, patán. Es todo el Mal al que tiene acceso un hombre que no está entrenado para ello.. Ni el protagonista era un santo en los primeros capítulos ni un diablo en los últimos (afortunadamente, porque perdería credibilidad). Considero mucho más correcto decir que el tema de la obra es la Culpa. La Culpa que sienten los protagonistas, los antagonistas, los ricos y los pobres, la Culpa del Norte y la del Sur, la Culpa vieja´la heredada de la colonia y más allá; y la Culpa nueva, la que viene del Oriente empaquetada en barriles. En esta ciudad todos son culpables y todos son expertos en esconder sus culpas.
Que la narrativa de Abdón Ubidia es prodigiosa es algo que sabrán todos los que le hayan leído antes. Sabe manejar los tiempos y sus recursos. No puedo dejar de mencionar ese espectacular flashback del último capítulo, donde se permite revelar los secretos de la estructura interna de la novela, como su carácter dual, por si se nos había pasado por alto.
Quizás se pueda echar en falta carisma en sus personajes, que no me parecen tan definidos como en “Sueño de lobos” (en “La Madriguera” los personajes me resultan demasiado reales, demasiado inspirados en modelos del entrono del autor, siendo ese uno de sus juegos). Pero esta falta queda compensada por lo bien que se ha trabajado esa historia de amor y humillación entre el protagonista y AleXandra.
Sólo espero que para todos este 2010 sea también un año de sobresaliente.


Puntuación: 94/100

Posdata. Dentro de dos semanas me saldré del esquema y aparcaré la novela por el ensayo. Presentaré entonces “Las Catilinarias”, de Juan Montalvo.

sábado, 2 de enero de 2010

EL ÉXODO DE YANGANA - Ángel F. Rojas


Título: El éxodo de Yangana

Autor: Ángel Felicísimo Ojeda Rojas (Loja, Loja, 1909; Guayaquil, Guayas, 2003)

Año de publicación: 1949

Edición: Editorial El Conejo, primera edición, 1985

Páginas: 360, 3 partes + 1 preludio + 2 interludios + 1 postludio

Ángel Felicísimo Rojas (1909), es un escritor lojano de sobria y sólida trayectoria. Desde BANCA (1938), su primer libro, muestra una gran seguridad narrativa. En EL ÉXODO DE YANGANA (1949), sus cualidades expresan, además, una inteligente asimilación de los movimientos literarios de la época.
Conforme al crítico Hernán Rodríguez Casino, EL ÉXODO DE YANGANA es "el caso mayor, la cumbre de las novelas de esta década del 40 al 50 (...), para algunos buenos lectores y críticos, la mayor novela que se haya escrito en el Ecuador en bastantes años".
Siendo desde ei punto de vista temático una versión próxima al clásico argumento de Fuenteovejuna, posee dimensión literaria propia. En una perspectiva distinta a ¡a de los años 30, pero manteniendo aún ligamentos perceptibles, EL ÉXODO DE YANGANA deja atrás la violencia verbal de los años anteriores. Así, "su mucha materia novelesca es trabajada como una gran construcción de espléndida grandeza".


El artículo que van  a leer a continuación me ha resultado muy difícil de escribir pero también muy agradable. Son tantas las cosas que quiero decir que por fuerza he tenido que recortar mucho este texto, algo que siempre es doloroso para el que escribe. Anteriormente ya he hablado de otras obras a las que no daba yo mucho crédito y que sin embargo luego me entusiasmaron (estoy siendo muy afortunado, pues desde que abrí este blog son más los casos de este tipo que las decepciones). Con “El éxodo de Yangana” no me he entusiasmado. Con esta novela me he quedado realmente sin palabras. Recoge  más que ninguna el espíritu con el que inicié esta página, el de descubrir y promocionar obras escritas en Ecuador desconocidas más allá de sus fronteras. Yo no conocía “El éxodo de Yangana”. Nunca había oído hablar de Ángel F. Rojas. Aún no sé porqué elegí este libro entre tantos como se me ofrecían en aquella librería de viejo en el centro de Quito, cuando de esta novela no me atraía ni siquiera la portada. He de confesar incluso que he pospuesto su lectura un par de veces en favor de otras. Y sin embargo (y me van a tener que perdonar esta expresión tan netamente española) esta es una novela COJONUDA. Por ello me siento muy orgulloso de presentarla.
Allá voy.
La historia de este libro toma como referencia el drama de Lope de Vega “Fuenteovejuna”. Un pueblo pequeño (una especie de edén idílico) que vive a espaldas del estado comete un crimen imperdonable, lincha a un gamonal que se había apoderado de las tierras comunales. Ante la inminente respuesta de las fuerzas armadas enviadas por la capital para castigar a la aldea rebelde, los vecinos meten fuego al pueblo de Yangana y se marchan todos juntos al oriente para refundarlo, lejos del alcance de sus perseguidores.
Este es el resumen más apropiado que he podido redactar de la trama de esta novela, trama que no vamos a encontrar hasta más allá de la página doscientos (cabe recordar que este libro no es un tocho de mil quinientas páginas si no que apenas cuenta con trescientas sesenta; con esto quiero decir que en casi dos tercios de la novela no vamos a encontrar más que sombras de lo que será el argumento).
En la primera parte (que ocupa unas cien páginas) el autor nos enumera a los participantes de la expedición. Literalmente. A través de cuarenta y seis fragmentos nos va a presentar a cada uno de los habitantes de Yangana indicando algún detalle de su vida o de su personalidad que nos permita identificarlo. No piensen con ello que esta es una novela coral en la que aparecen multitud de personajes. En realidad sólo hay un puñado a los que podemos considerar importantes. A la mayoría se les menciona en esta primera parte y ya no vuelven a aparecer. Si lo miramos fríamente esta forma de comenzar una novela no puede ser más aburrida. Pero las apariencias engañan, ahora más que nunca. Cada uno de estos fragmentos, de estas biografías mínimas, son brillantes, amenas y precisas. El autor consigue que, con un par de características, podamos definir perfectamente el carácter del personaje en cuestión. Además Rojas sabe jugar con sus recursos y en vez de recrear pequeños cuadros costumbristas construye unas escenas exageradas (sin pasarse) en las que podemos prefigurar rasgos de lo que luego se dará en el “realismo mágico” (ese gafe de Fosforito López, quien desde bien pequeño atrae al fuego).
En la segunda parte lo que leeremos serán las notas de un naturalista gringo, Míster Spark, quien vivió un tiempo en Yangana, y disecciona la geografía y la sociedad del pueblo con una minuciosidad propia de su oficio. De esta manera nos acerca lo usos y costumbres de la población a la vez que nos adelanta algunos sucesos que darán origen a la tragedia. Pero tampoco se nos presenta aún el argumento principal, puesto que Míster Spark se pierde en la amazonía un año antes del éxodo.
Sólo en la última parte encontraremos la historia que resumí al principio. Esta estructura general de la novela puede resultar chocante, pero es una decisión muy inteligente del autor. Si la construcción fuera convencional el lector podría sentirse horripilado por el crimen, por mucho que se hubieran dedicado las primeras páginas en exponer las injusticias que sufre el pueblo bajo el yugo de los hacendados advenedizos. En lugar de eso Rojas dedica sus esfuerzos primero en que conozcamos a todos los vecinos y luego en que conozcamos la idiosincrasia de la aldea. Cuando por fin se da el suceso tanto tiempo esperado ya no somos espectadores, ya nos hemos fundido con Yangana. No es sólo que justifiquemos el linchamiento, es que llegamos a participar en él.
En esta novela encontramos denuncia social, pero la justa. No es de esas en las que hay una putada por página para la víctima correspondiente. De hecho los villanos, los gamonales, no lo son tanto. Ignacio Gurmendi no es más que un infeliz que se ve arrastrado a la perdición por imbécil (de lo que no he encontrado ni gota es de indigenismo, a pesar de que ya he visto mencionada alguna vez esta novela como ejemplo del mismo; entre la población de Yangana hay mucho mestizajes sin discriminación racial).
Por último, “El éxodo de Yangana” es también una reflexión sobre la historia de los pueblos de América (muchas veces me ha parecido que el nombre del pueblo se transformaba en “Macondo”). Viven ignorados y oprimidos por un gobierno distante, se sublevan y eligen a un libertador para que los guíe, quien luego de cumplir su misión pretende mantener el poder en sus manos (sustituyan gobierno distante por chapetones y libertador por Libertador).
Me molesta tener que finalizar el artículo porque me dejo muchas cosas en el tintero. Acabaré con una recomendación. Léanse este libro. Es de lo mejorcito que se ha escrito en el Ecuador en todo el siglo XX.
 
Puntuación: 95/100

Posdata. Sé que los últimos libros que he comentado tienen las notas muy altas, pero es que realmente las merecen. De hecho sospecho que la tendencia continuará, ya que la novela que voy a comenzar a leer ahora es de un viejo conocido. Próximamente "La Madriguera", de Abdón Ubidia.


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