sábado, 27 de marzo de 2010

JUYUNGO - Adalberto Ortiz


Título: Juyungo. Historia de un negro, una isla y otros negros

Autor: Adalberto Ortiz Quiñonez (Esmeraldas, Esmeraldas, 1914; Guayaquil, Guayas, 2003)

Año de publicación: 1943

Edición: Biblioteca Básica Salvat, 1982

Páginas: 229, prólogo + 16 capítulos + vocabulario de provincialismos

No tiene texto en contraportada.

Adalberto Ortiz es el segundo autor que, hasta la fecha, repite en este blog. Y lo hace con “Juyungo”, su primera novela y la más conocida de su bibliografía. Como ya dije en el artículo de “El espejo y la ventana”, la novela presente ya me la había leído tiempo atrás y el sabor de boca que me dejó no fue especialmente grato. Pero sabía que me la tenía que leer en condiciones más apropiadas y esto es lo que acabo de hacer. ¿He cambiado mi opinión respecto a mi primera lectura?

Paso a paso. Primero haré el resumen, que esta edición carece de texto en la contraportada.
Ascensión Lastre es un niño negro que vive en la provincia de Esmeraldas. Su padre está aquejado de una dolencia en las piernas que le impide trabajar y su madrastra no oculta el desprecio que siente por el niño. Ascensión abandona a su familia para ser acogido en una tribu de indios cayapas. Estos indios suelen despreciar a los negros, a los que denominan “juyungos” (creo que significa algo así como “diablos”), pero aceptan al pequeño y, hasta su madurez, lo tratan como a uno de ellos. Después de salir de la tribu Lastre acaba instalándose en Santo Domingo de los Colorados, en un campamento de peones que están construyendo una carretera. Conoce allí a la que será su esposa, una mujer blanca, además de al que será su gran enemigo, el negro Cocambo. Más tarde regresará a Esmeraldas, a una hacienda agrícola situada en una isla fluvial. Allí vivirá en compañía de un grupo de compañeros con los que se amistó en el campamento.
Aunque pueda parecer lo contrario no es nada sencillo redactar un resumen de esta obra. En este libro no encontraremos una trama claramente identificada que nos acompañe. Sólo nos habla de la vida de Ascensión Lastre, conocido como Juyungo, desde su infancia hasta su alistamiento en el ejército regular para luchar en la guerra ecuato-peruana de 1941. Aunque al principio Lastre es el protagonista absoluto de la novela, en capítulos posteriores se irá desdibujando, cediendo el primer plano a los demás personajes (para retornar con inusitada fuerza llegando al final). Vemos, por ejemplo, que la historia de amor entre Juyungo y su esposa (de la que ni siquiera recuerdo el nombre) jamás tiene una importancia equiparable a la del estudiante Angulo con Eva.
Retomando lo que iba diciendo al principio del artículo, la segunda lectura de “Juyungo” le ha sentado muy bien. Principalmente porque ahora sí la he leído bien, en condiciones. Como otros libros en los que el autor deliberadamente emplea giros y expresiones muy locales, esta edición dispone de un glosario al final para consultar los términos más oscuros. Esto puede llegar a ser contraproducente porque si el mismo libro no ofrece este diccionario el lector se ve obligado a seguir leyendo sin ayuda, sacando el sentido de las palabras desconocidas del contexto (o ignorándolo, que no siempre es imprescindible entenderlo todo). Sin embargo el mero hecho de disponer de esta herramienta hace que ante la más mínima duda interrumpamos la lectura para buscar el significado exacto. Esto es lo que ha cambiado en esta segunda relectura. He preferido respetar el magnífico ritmo impuesto por Adalberto Ortiz antes de confirmar si los chontaduros son frutas o no.
A diferencia de lo que pude comentar en “El espejo y la ventana”, el conflicto racial es muy importante en el desarrollo de “Juyungo”. Mas Ortiz también sabe jugar con este tema. Por supuesto denuncia la discriminación que sufren los negros desposeídos por una parte de la población, pero no dedica mucho espacio a mostrarla. Se centra en el caso inverso, en el odio que siente Lastre al principio por toda la raza blanca y en cómo este odio se va transformando paulatinamente en conciencia de clase.
Esta novela es profundamente humana. Lo que prima por encima de todo es la relación que mantienen los personajes entre ellos. La vida idílica que disfrutan los protagonistas en esa isla de negros sin dueños (trasunto de la edad dorada, del paraíso africano previo a la esclavitud), la solidaridad que comparten, donde todos cuidan de todos y no tienen que dar cuentas a ningún extraño, es lo que considero el eje de la novela. Es cuando la avaricia y la crueldad del hombre blanco (representada en un hombre especialmente blanco, el alemán Hans) expulsa a Juyungo de su edén cuando se desencadena el desastre.
Finalmente diré que en el estilo se aprecia siempre la elegancia de Adalberto Ortiz (cuando se detiene a describir entornos naturales es glorioso), aunque el desarrollo de los personajes no llega a la introspección psicológica de la que hará gala en “El espejo y la ventana”.

Puntuación: 88/100
 
Posdata. La próxima novela que comentaré se ha elegido sola, ya que de alguna manera respalda temáticamente lo que se cuenta en esta. Será “Cuando los guayacanes florecían”, de Nelson Estupiñán Bass.

Descarga directa JUYUNGO Adalberto Ortiz

sábado, 13 de marzo de 2010

SANCHO PANZA EN AMÉRICA - Alfonso Barrera Valverde

Título: Sancho Panza en América o la eternidad despedazada


Autor: Alfonso Barrera Valverde (Ambato, Tungurahua, 1929)

Año de publicación: 2005

Edición: Alfaguara, primera edición, octubre 2005

Páginas: 222, 31 capítulos + epílogo

A la muerte de Don Quijote, Sancho se ha quedado sin caballero y sin escudo. Emprende, entonces, un viaje de soledad al Nuevo Mundo y llega, en el año 2005, a la Ciudad de las Colinas y de los Valles.
Sancho deambula por las calles de San Roque; conversa con la gente; conoce al duende triste; dialoga con el poeta del siglo XX. Pero Sancho no logra descubrir por qué en este país nadie es inmortal, por qué aquí los locos no son tan locos y por qué los cuerdos toman a los ingenuos por locos.
A esta novela, narrada con la maestría de Alfonso Barrera Valverde, se la puede anunciar como una propuesta “disparatada, alucinante”, porque se arriesga a dar una nueva vida y otro tiempo a uno de los personajes más célebres de la literatura universal, o se la puede convertir en un escudo y, ahora, el lector ser el Quijote que acompaña a Sancho a seguir “deshaciendo entuertos”.

Hoy toca hablar de “Sancho Panza en América o la eternidad despedazada” (a partir de ahora sólo “Sancho Panza en América”; el segundo título me resulta odioso), de Alfonso Barrera Valverde.
En esta novela nos encontramos con la situación de que, una vez fallecido don Quijote, Cervantes muere sin volver a acordarse de Sancho Panza. Éste, que se encuentra en un limbo literario, es invitado a conocer Quito, pero no su Quito contemporáneo sino el de ahora, el del año 2005. Sancho Panza se hospeda en una casa del barrio de San Roque y asiste a las tertulias que comparten sus vecinos los viernes por la tarde.
Este libro lo componen 222 páginas impresas en fuente gorda y salpicadas por numerosas ilustraciones (unas ilustraciones muy apropiadas, firmadas por Oswaldo Viteri). Con ello quiero decir que “Sancho Panza en América” se puede leer fácilmente en una tarde… con mucha voluntad. Personalmente me ha llevado casi tres semanas concluirlo.
Esta novela me ha resultado pesada por diferentes razones. Primero por el lenguaje, el cual es a la vez sencillo y artificioso (resultaría sencillo en el siglo XVII pero ahora hace que ardan los párpados). Es evidente que en la escritura de este libro Barrera Valverde tuvo muy presente el Quijote y quiso imitar el estilo. El esfuerzo se reconoce pero se da la paradoja de que una novela publicada en 1605 se pueda leer en el siglo XXI saboreando cada una de sus palabras mientras que esta otra, publicada cuatrocientos años más tarde, deja un regusto en el paladar a rancio. A viejuno.
Escribir como Cervantes es una de las mayores tentaciones que puede sufrir y que sufrirá, tarde o temprano, un prosista. Pondré un ejemplo hablando de mí (cosa que hago a menudo, por otra parte). Mi primera lectura completa de “El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha” alteró mis letras durante un tiempo. Por aquel entonces yo estaba escribiendo una novela y, de manera un tanto forzosa, me vi en la necesidad de insertar un capítulo en el que imitaba a don Miguel. El resultado fue, por supuesto, un despropósito. Afortunadamente poco después las aguas volvieron a su cauce y no intenté nuevos experimentos. Pero esto que me ocurrió ha ocurrido a muchos otros. Pocos son los novelistas que tienen éxito tomando el estilo de Cervantes (ahora sí, los que lo consiguen se convierten en autores imprescindibles; en España tenemos como ejemplos a Luis Landero y, en menor medida, a Antonio Muñoz Molina). Lo normal es que suceda lo que le ha sucedido a Alfonso Barrera en esta obra. Es muy dificultoso concentrarse en su lectura. Lo pensamientos huyen hacia otras latitudes, lejos de este tostón.
Habla de las razones por las cuales “Sancho Panza en América” me ha resultado tan espeso. Además del lenguaje me pesa el ritmo. Comienza muy tarde (de hecho no acabo de estar seguro de que comience en algún momento). Algunos capítulos son auto-conclusivos y otros están agrupados temáticamente. Lo que sí es igual siempre es la completa ausencia de acción. En toda la novela no ocurre nada. Aprovecho para enlazar con la siguiente de las razones, la más grave de todas: la trama.
Aquí no se cuenta ninguna historia. Sancho Panza aparece en Quito sin más ni más. En las tertulias a las que le invitan parece transparente (y mudo, lo cual es más incomprensible en este personaje). Sus anfitriones se dedican a comentar la figura de Eugenio Espejo además de otras anécdotas que igualmente se hubieran contado si no estuviera Sancho. ¿Para qué traerlo entonces? Luego se dedican a diseccionar algunas de las características de don Quijote pero no le piden al escudero que narre su versión de las aventuras que vivieron juntos (lo que podría resultar muy interesante). En lugar de eso ¡se las cuentan a él!
Sancho Panza es probablemente el mejor personaje secundario de la literatura mundial y también funciona muy bien como protagonista (véanse los capítulos del Quijote en el que gobierna la ínsula Barataria), pero emplearlo como mero espectador o comparsa es un enorme desperdicio.
La novela, en cuanto a la temática, es terriblemente dispersa. En un capítulo determinado, porque él lo vale, el autor se dedica a reflexionar sobre el fenómeno migratorio que se ha dado en el Ecuador. Y, por supuesto, también repite la archiconocida y un millón de veces contada leyenda del padre Almeida. He echado en falta un capítulo en el que se explique, paso por paso, cómo preparar la fanesca. Ya puestos, ¿qué más da? Aquí cabe todo.
A pesar de todo lo que he criticado, de lo denso que es el libro y de lo que me ha costado acabarlo, este no es uno de los casos típicos de “No me ha gustado el libro. No voy a leer nunca nada más de este autor”. Sí estoy dispuesto a leer alguna otra novela de Barrera Valverde. Le daré otra oportunidad al menos (algún día) porque estoy muy seguro de que no es esta su forma de escribir. Desde el principio queda claro que toda la novela no es más que u juguete literario. Seguramente, amparado en toda la parafernalia del “Año del Quijote”, el autor ha jugado a reproducir sus conversaciones con sus amigotes utilizando un estilo cervantino y metiendo en medio al pobre Sancho Panza, que pasaba por ahí. Porque entiendo esto le doy mi voto de confianza y no entrego a Alfonso Barrera Valverde a las llamas. Sin embargo “Sancho Panza en América” no supera el donoso escrutinio. No le puedo puntuar con más de un:

Puntuación: 47/100

Posdata. El próximo artículo será sobre un autor ya conocido por estos lares: Adalberto Ortiz con su “Juyungo”.