martes, 17 de agosto de 2010

PORQUÉ SE FUERON LAS GARZAS - Gustavo Alfredo Jácome

La de hoy es una entrada atípica. Como habréis visto no hay imagen de la portada del libro ni aparecen los datos que habitualmente incluyo. No es que haya decidido cambiar el formato de los artículos, es que este ha nacido bajo los dedos de Erick, uno de los amigos que comenta en esta página, con quien espero seguir colaborando en el futuro. 
Erick tiene un blog excelente en el que publica comentarios de sus lecturas. Algo parecido a lo que pretendo hacer aquí aunque sin ceñirse a un tipo de literatura en concreto. Desde aquí quiero animarle pues recién está comenzando.
Dejo el enlace del artículo correspondiente a “Porqué se fueron las garzas”, de Gustavo Alfredo Jácome, y os recomiendo que visitéis su página.



Espero que esta no sea la última vez que publico un artículo semejante. Os animo a todos los que queráis participar en la causa que es dar a conocer al mundo entero la literatura hecha en el Ecuador a que me enviéis enlaces a vuestras páginas o bien artículos completos, que yo me comprometo a publicarlos todos. No sólo eso. Si tenéis un libro digitalizado que os gustaría que comente, enviádmelo también. Lo leeré y publicaré su artículo correspondiente tan rápido como pueda. Mi correo es freddytumbalobos@yahoo.es
Aprovecho esta mini-entrada para recordar que ya tengo cuenta de Twitter. En ella iré comentando todo lo relacionado a este blog. En la columna de la derecha, por debajo del listado de etiquetas, podréis ver todos los comentarios que voy dejando.

lunes, 9 de agosto de 2010

RECOMENDACIONES

Apreciados lectores, hoy no voy a comentar la obra de ningún autor ecuatoriano. Hoy, para variar, voy a reclamarles ayuda.
Por favor, no se me asusten. No voy a empezar a pedir donaciones de ningún tipo para mantener el blog abierto. Creo que desde el principio ha quedado claro que no abrí este blog con ánimo de lucro (no obstante, si alguno de ustedes siente curiosidad por pinchar en alguno de los anuncios que aparecen después de cada entrada, no se prive, no pienso impedírselo).
La ayuda que quiero solicitarles es de otro tipo. Verán, como ya he mencionado en alguna ocasión, yo resido en España. Aquí es muy difícil conseguir obras de autores ecuatorianos (pero muy, muy difícil), de manera que las que aquí comento las tengo que pedir por catálogo. Aún me quedan unas cuantas del último pedido, pero ya tengo que empezar a componer el próximo. Y aquí es donde les necesito, amables lectores.
Como ya he dicho en infinidad de ocasiones la principal razón que me movió para crear esta página es la de dar a conocer al mundo entero la riqueza de las letras escritas en el Ecuador. Y dentro del mundo entero también estoy yo.
Si este blog versara sobre autores españoles no me costaría nada seleccionar setecientas obras. A fin de cuentas tanto en primaria como en el bachillerato he podido conocer multitud de novelas. No sólo eso. Si quisiera dedicarlo exclusivamente a autores recientes tampoco me supondría ningún esfuerzo. Un simple paseo por cualquier librería de Madrid me bastaría para conseguir un cerro de novelas que comentar. Por supuesto con la literatura ecuatoriana no tengo esa facilidad.
Por poner un ejemplo que se ha podido ver en esta misma página. Hace poco más de un año estuve en una librería en Quito comprando obras de autores ecuatorianos. De entre los millares de libros que se exponían me costó mucho seleccionar unos cuantos. Conocía a pocos autores y no quería arriesgarme a comprar una novela de un autor que no fuera nacional o que directamente fuera basura. Me fui a lo seguro: a Abdón Ubidia, a Benjamín Carrión, a Eliécer Cárdenas,… Sin embargo pensé que no era buena forma de conocer la literatura de un país el leer siempre las obras de los mismos autores. Así pues me animé a comprar también una novela cuyo título y cuyo autor desconocía por completo. Me refiero, como alguno ya habrá adivinado, a “El éxodo de Yangana”, de Ángel F. Rojas.
Para mí esta novela fue todo un descubrimiento. Pueden ver que es uno de los títulos mejor valorados de todo el blog. Posteriormente, en los comentarios que muchos amigos dejaron en el artículo, supe que esa obra no era en absoluto desconocida en Ecuador. Hasta los escolares la conocen, pues aparece en sus libros de texto como una de las máximas referencias de la literatura ecuatoriana y latinoamericana del siglo XX.
Eso me ha hecho reflexionar. ¿Cuántas joyas se me estarán escapando por no conocerlas?
Ahora que compro los libros por Internet la dificultad es mayor. Ya no puede darse la casualidad de que adquiera un libro semejante al azar. Para comprar utilizo el buscador de la página, y no puedo buscar lo que ni siquiera conozco. En el último pedido, por ejemplo, tuve que recurrir a la Wikipedia para que me aconsejara títulos. De no hacerlo así me vería leyendo una y otra vez a los mismos autores.
Por eso les pido su ayuda. Les ruego que me recomienden libros para que luego los comente en esta página. Estoy seguro de que sus ideas serán muy valiosas, por lo que pienso tenerlas todas en cuenta.
Eso sí, recuerden un par de condiciones. Los libros que me sugieran han de ser de autores nacidos en Ecuador (me da igual si las obras fueron publicadas en el exterior) y que se han de tratar de narrativa (novelas, colecciones de cuentos o incluso algún ensayo). No se trata de capricho, es que no me veo capacitado para comentar poesía o teatro. No es mi campo.
Eso es todo lo que quería decir. Utilicen los comentarios de esta entrada para hacerme llegar sus recomendaciones (si así lo desean; si lo prefieren pueden hacerlo desde cualquier otra entrada o bien enviármelo a mi correo personal: freddytumbalobos@yahoo.es ). No hay ningún plazo de tiempo. Si me hacen una recomendación después de cerrar mi próximo pedido la tendré en cuenta para el siguiente.
Y recuerden. Para el sábado 4 de septiembre volveré al ritmo habitual de publicación con “Pájara la memoria”, de Iván Égüez.

martes, 20 de julio de 2010

UN HOMBRE MUERTO A PUNTAPIÉS - Pablo Palacio

Título: Un hombre muerto a puntapiés

Autor: Pablo Arturo Palacio Suárez (Loja, Loja, 1906; Guayaquil, Guayas, 1947)

Año de publicación: 1927

Edición: (Como Obras Completas) Libresa, colección Antares,segunda edición, agosto 1998

Páginas: 62, 9 cuentos

Pablo Palacio es uno de los fundadores de la vanguardia en el Ecuador y América Latina, y un adelantado en cuanto a estructuras y contenidos narrativos. A partir de los setenta del siglo anterior, su obra entra en un proceso de recuperación y relectura como el que realiza la española María del Carmen Fernández para estas Obras completas.
En este libro el lector podrá encontrar, además de toda la obra narrativa de Palacio de la que se tiene noticia, los poemas que publicó, sus escritos de divulgación filosófica y artículos de actualidad política, en una de las aportaciones más lúcidas de la literatura ecuatoriana.

Por supuesto tengo que comenzar esta entrada pidiendo perdón a todos aquellos lectores que hayan estado esperando desde el día 3 de julio la publicación de este artículo. Estas son unas fechas complicadas, llegan las vacaciones y paradójicamente se dispone de menos tiempo libre. Lo cierto es que lo justo hubiera sido haber publicado una nota para anunciar que me iba a retrasar, cosa que no he hecho. Por ello aparco las excusas y les pido humildemente disculpas.

Ahora sí, me pongo a hablar del libro que toca.
Entre los libros que tengo pendientes de leer (y de comentar), poseo uno que contiene las obras completas del autor Pablo Palacio. Llevo un tiempo pensando cómo iba a presentarlo, si en un sólo artículo en el que hable de todos sus textos aunque sea más largo de lo que vienen siendo los artículos corrientes, o bien hacerlo en varios artículos, comentando cada una de las obras por separado. Finalmente he optado por la segunda idea. Por ello empezaré con el que es considerado como uno de las más importantes colecciones de cuentos publicadas en Ecuador, referenciada en libros de texto de literatura nacional: “Un hombre muerto a puntapiés”.
Voy a retomar lo que dije hace un par de semanas (¿cómo?, ¿qué ya ha pasado más de un mes?), cuando comentaba “Memorial de amores”, la selección de relatos de Raúl Vallejo. En aquel caso hablé de las cosas que yo esperaba al leer un cuento, sea cual sea el autor o el género. Dije que para mí era fundamental que se respetara la economía en el uso del lenguaje y que la historia fuera completa, con una estructura bien definida que no te deje a medias. Pues precisamente eso es lo que he encontrado en este libro.
“Un hombre muerto a puntapiés” es un extraordinario ejemplo del tipo de narrativa a la que me refiero, aderezada, eso sí, con un ingrediente que, cuando se sabe emplear, hace que todo texto mejore exponencialmente: el sentido del humor.
Cada uno de los cuentos que Pablo Palacio presenta en este libro está cargado de grandes dosis de humor. Pero no es un humor fácil, apoyado en juegos de palabras sin sustancia o en situaciones equívocas. No. Se trata de un humor negro, corrosivo e incisivo. El narrador no tiene contemplaciones a la hora de describir las situaciones más grotescas con la mayor naturalidad. Y que nadie piense por ello que el mal gusto campa a sus anchas por las páginas de esta obra, porque no es así. La maestría que luce el autor en este relato es que no pierde la sutileza en sus palabras en ningún momento, sea lo que sea que esté contando.
No es algo que suela hacer habitualmente, pero quiero añadir ahora un aperitivo en la forma de un fragmento que he extraído del cuento con el título “El antropófago”.

Al principio le prescribieron dieta: legumbres y nada más que legumbres; pero había sido de ver la gresca armada. Los vigilantes creyeron que iba a romper los hierros y comérselos a toditos. ¡Y se lo merecían los muy crueles! ¡Ponérseles en la cabeza el martirizar de tal manera a un hombre habituado a servirse de viandas sabrosas! No, esto no le cabe a nadie. Carne habían de darle, sin remedio, y cruda.

Mencionaré que este cuento habla de un hombre al que tienen encerrado porque intentó devorar a su propio hijo, en lo que sería una versión libre y local del mito de Cronos. Este detalle sirve para entender el funcionamiento de muchos de los relatos de Palacio. A menudo parte de una referencia externa, como puede ser la mitología grecorromana en este caso o incluso una nota aparecida en la sección de sucesos de un diario, como ocurre en el cuento que da nombre a la colección, para integrarla en su particular cosmos y convertirla en lo que es, una muestra de una literatura muy personal, diferente en todos sus aspectos con lo que se estaba escribiendo en el país de su tiempo.
De entre todos los cuentos que componen “Un hombre muerto a puntapiés” voy a quedarme con uno que me parece excepcional. Me refiero al titulado “La doble y única mujer”. Es la historia de unas hermanas siamesas de las que sólo una tiene consciencia, aún cuando es consciencia compuesta. Está narrado en primera persona del singular y del plural simultáneamente. El cuento, que podría haber resultado sórdido o extremadamente confuso escrito por otras manos, es de una belleza trágica que difícilmente puede ser expresada con palabras.
Si algo hay que pueda señalar como un punto débil es que, a diferencia de lo que ocurría con los cuentos de Raúl Vallejo, en los de Palacio no se retrata la sociedad de su época. Con ello quiero decir que sabemos que cada uno de estos relatos está ambientado en Ecuador por la nacionalidad del autor y por pequeñas pistas que deja de vez en cuando. Aparte de ello podrían ocurrir igual en París que en Tokio.
Voy a cerrar este artículo recomendando con fervor la lectura de estos cuentos. Son de los mejores que he podido leer desde hace mucho.

Puntuación: 92/100

Posdata. Durante lo que queda de julio y todo el mes de agosto voy a hacer una parada. La aprovecharé para coger fuerzas y para intentar ponerme al día con la biblioteca de autores ecuatorianos, proyecto que tengo muy retrasado. En septiembre regresaré comentando “Pájara la memoria”, de Iván Égüez. Hasta entonces, feliz verano a todos.

sábado, 19 de junio de 2010

MEMORIAL DE AMORES - Raúl Vallejo

Título: Memorial de amores

Autor: César Raúl Enrique Vallejo Corral (Manta, Manabí, 1959)

Año de publicación: 2004

Edición: Casa de la cultura ecuatoriana Benjamín Carrión, colección Cuarto Creciente, 1ª edición, 2004

Páginas: 116, 13 cuentos

La obra cuentística de RAÚL VALLEJO ha logrado lo que es importante en todo artista: un sello estilístico. Sus cuentos son reconocibles por esa sobriedad de elementos y por una calidad uniforme donde se percibe el trabajo disciplinado, constante, profesional. Frente a sus lectores va acumulando puntos de manera invariable y no deberá ser juzgado por uno que otro cuento, sino por la construcción paulatina, sin prisa pero sin pausa, de una narrativa minuciosa, bien estructurada, que en el tiempo se convierte en un mosaico de situaciones y personajes imprescindibles.
IVÁN ÉGÜEZ

Después de tanto tiempo vamos a volver, durante algunas semanas, al género cuentístico. Y nada mejor para ello que comenzar con “Memorial de amores”, de Raúl Vallejo.
Lo primero que debo hacer es una advertencia. Si alguien busca este libro en la bibliografía del autor es más que posible que no pueda localizarlo. La razón es que “Memorial de amores” no es uno de los libros de relatos canónicos publicados por Vallejo sino una selección de algunos de los cuentos publicados anteriormente (me resulta tranquilizador pensar que el título de esta colección no lo ha puesto el mismo autor; me resulta de lo más inapropiado). Los cuentos que aparecen en la obra han sido extraídos de los siguientes libros:
Daguerrotipo (1978)
Máscaras para un concierto (1986)
Sólo de palabras (1988)
Fiesta de solitarios (1992)
Acoso textual (1999)
Huellas de amor eterno (2000)
Quizás se pueda considerar entonces que esta crítica es injusta ya que no se centra en una obra concreta, donde los relatos, aún siendo independientes, mantienen un orden y una unidad, sino que estoy comentando en general la trayectoria del autor a través de los años. Por otro lado es muy difícil que alguien llegue a esta entrada poniendo el título en Google, así que serán pocas las visitas que reciba. Eso me tranquiliza.
El título de este libro me hizo pensar que se ha elaborado tomando los cuentos de temática amorosa aparecidos en las obras antes enumeradas. Después de leído la sensación que me queda es otra. Desde luego que el amor está siempre presente en alguna de sus manifestaciones, pero no tiene por qué ser el núcleo central de todos los relatos. Tenemos alguna muestra de lo que podríamos llamar amor a la distancia (distancia emocional o temporal más que física), como el cuento titulado “Los borradores de Adriana Piel”. También nos habla del Gran Amor Que Nunca Fue, como en el cuento que cierra la obra, el magnífico “Los Viudos de Gloria Vidal”; del amor profundo disfrazado de enfermizo, aquel en el que por amor podemos llegar a matar al ser amado (ahora estoy pensando en el cuento titulado “Volverán las oscuras golondrinas”).
Personalmente vería más acertado que esta colección se llamara “Memorial de soledades”, pues es en este sentimiento, inseparable del amor, en el que el autor profundiza más y de formas más distintas.
Entre todos estos relatos aparece también algún experimento que no ha envejecido nada bien. Me refiero al titulado “am@ntes.virtuales.com”, donde se transcribe una sesión de cibersexo a través de un canal IRC de chat. En el año 2000 pudo resultar osado pero hoy en día no escandalizaría a nadie.
Antes de entrar a valorar “Memorial de amores” quiero detenerme a exponer mi opinión sobre el género. Para mí un cuento bien escrito es la forma más pura en la que se presenta la narrativa. Es grano sin paja, necesidad sin contingencia. Una vez leí una respuesta que dio Jorge Luis Borges a un periodista que quería saber por qué no escribía novelas. Borges contestó (y estoy escribiendo de memoria; pido perdón si la cita es del todo inexacta): “Coge cualquier novela, quítale los adverbios y los adjetivos y lo que te quedará es un cuento mío”.
Siempre que leo un cuento busco dos cosas: la primera, que sea narrativa en esencia, que no sobre ni falte una palabra; la segunda, como recomendaba Poe, que acabe con un terremoto. Es por eso que siento devoción por gente como Borges o Cortázar.
Por otro lado veo otra forma de escribir cuentos que no respeta ni la economía de palabras ni la necesidad de un clímax final. Pueden ser relatos solventes y bien escritos, cuya finalidad es ahondar en los conflictos del ser humano y en su relación con sus semejantes. A este tipo se circunscriben los relatos de Raúl Vallejo.
Este autor tiene una gran destreza narrativa y un pulso que hace imposible abandonar cada una de sus historias antes del final. La lectura es ágil, los temas profundos y los personajes interesantes. Y, sin embargo, me queda la sensación de que sólo estoy viendo trozos de historias mayores. Seguro que eso es precisamente lo que busca el autor, que pretende asemejar sus cuentos a la vida, que en realidad está compuesta por un cúmulo de historias menores, pero yo echo de menos mi terremoto.
A quien esto no le importe le sugiero que sume quince puntos a la nota final.

Puntuación: 71/100

Posdata. A partir de la próxima entrada me voy a dedicar a profundizar en la obra completa de Pablo Palacios. Comenzaré con “Un hombre muerto a puntapiés”.

sábado, 5 de junio de 2010

EL RINCÓN DE LOS JUSTOS - Jorge Velasco Mackenzie

Título: El rincón de los justos

Autor: Jorge Eduardo Velasco Mackenzie (Guayaquil, Guayas, 1949)

Año de publicación: 1983

Edición: Libresa, colección Antares, segunda edición, 1990

Páginas: 221, Estudio introductorio + Algunos juicios críticos + Cronología + Bibliografía recomendada + Temas para trabajo de los estudiantes + 4 capítulos + epílogo

Jorge Velasco Mackenzie constituye, sin duda, una de las fuertes voces narrativas de la actual literatura ecuatoriana.
Velasco incorpora con esta novela, al escenario de lo literario, lugares y personajes que en el mundo real pertenecen a la esfera de lo marginal: en estas páginas se recogen sus vehemencias, su lenguaje, sus desafíos diarios, su detino trágico.

En el día de hoy regresamos a Guayaquil para comentar la novela corta de Jorge Velasco Mackenzie “El rincón de los justos”.

La novela le debe su título a un antro situado en un barrio marginal de la ciudad, Matavilela, barrio que tiene sus días contados pues va a ser desalojado por orden municipal. La novela se ambienta en el Guayaquil de finales de los años setenta (el autor es aún más concreto, haciendo coincidir la acción con uno de los sucesos más transcendentes y señalados de la ciudad: el fallecimiento y multitudinario velorio del cantante melódico Julio Jaramillo, ocurrido el 9 de febrero del año 1978 y que tendrá mucho peso en los personajes). Durante la corta fracción de tiempo en la que transcurre la obra (abarca de dos a tres días) vamos conociendo e integrándonos en el barrio. En tan poco espacio (la novela no dura más de ciento cincuenta páginas) seremos testigos y cómplices de cada uno de los personajes que pululan por este universo marginal: el bizco Fuvio, que pasa las noches espiando a una mujer; las dos Martillo, la virgen y la puta; Sebas, el más machito, líder espiritual de la comunidad; las Damas Tetonas de la Caridad, que recorren los peores lugares de la ciudad para recaudar las limosnas de las imágenes de yeso; el Diablo Sordo, que escribe secretos y analfabetos mensajes de amor a la mesera de “El rincón de los Justos”; Mañalarga y Marcial; el matrimonio Chacón; Paco y Blanca Aurora; Cristof; el Niño Avilés; Tello;…
Todos con una historia propia pero no aislada, que se cruza y que se mezcla con la de todos los demás conformando la radiografía de ese ecosistema tan distinto y tan igual en el mundo entero de un barrio marginal.
He de confesar que al principio la lectura de esta novela me resultó desconcertante y, por qué no decirlo, pesada. Esto lo achaco a la estructura de la novela. Está formada por cuatro capítulos que, a su vez, están compuestos por infinidad de fragmentos más o menos independientes. Cada una de estas secuencias está narrada de una forma distinta, ora en primera, ora en tercera persona (incluso hay alguna en segunda), por narradores distintos que nos se identifican. La cantidad de personajes y de subtramas que conforman la obra (además de la carencia de una trama principal) llega a abrumar en las primeras páginas, siendo imprescindible echar mano de las notas a pie de página para poder situarnos y saber en realidad qué está pasando. Pues bien, cuando toda esta confusión iba a hacer que etiquetara “El rincón de los justos” con el sello: Novela únicamente recomendada para aquellos que fueran capaces de pagar de la página 75 del “Ulises” de Joyce, de repente, la niebla se disipó.
De repente supe quién es quién, de repente me incorporé al relato, de repente un tostón de novela se convirtió en una narración apasionante que no pude dejar de leer hasta el fin. Y eso sin modificar su estructura inicial.
Esta novela presenta historias que son sublimes, dignas de ser consideradas como cuentos independientes. Es espectacular aquella en la que Sebas narra, en tiempo real y en primera persona, un partido de fútbol. O esa elegía póstuma a Julio Jaramillo escrita por uno de sus músicos.
Los personajes están muy bien desarrollados, son muy identificables y rebosan carisma. Además están bien balanceados, de tal forma que es difícil seleccionar a alguno por encima del resto (si tuviera que hacerlo me quedaría con el viejo Mañalarga, un botellero avaro y malhumorado que lee compulsivamente historietas de El Santo y fantasea con que regrese su hijo del servicio militar y se transforme en el héroe enmascarado).
El lenguaje se adecua perfectamente a cada uno de los muchos narradores, lo que también funciona como pista para ser identificados.
Todo lo expuesto es la grandeza de la obra de Velasco Mackenzie, la que no supe distinguir hasta que dejé de buscar el bosque y me recreé en los árboles. Y, por supuesto, ese es quizás también su hándicap, que no es una novela accesible para cualquiera, por más que la temática pueda resultar atractiva.

Puntuación: 94/100
 
Posdata. El día 19 de junio volveré para hablar de la colección de cuentos “Memorial de amores”, de Raúl Vallejo.

sábado, 22 de mayo de 2010

LAS CRUCES SOBRE EL AGUA - Joaquín Gallegos Lara


Título: Las cruces sobre el agua

Autor: Joaquín Gallegos Lara (Guayaquil, Guayas, 1911; Guayaquil, Guayas, 1947)

Año de publicación: 1946

Edición: Editorial EDYM, 1993

Páginas: 199; Introducción + 15 capítulos

"Las cruces sobre el agua" es definida certeramente por el ilustre escritor y ensayista ecuatoriano Adrián Carrasco en estos términos:
"Novela total y completa, que biografía a un pueblo; documento socio-político excepcional, que plantea nuevos conceptos de nacionalidad, cultura e historia ecuatoriana. Novela y documento que toma al pueblo como verdadero protagonista; que propone una visión alternativa a la ambivalencia realidad/ficción que sostiene la cultura oficial; que rescata y pondera el idioma popular, el hablar de la gente, en contraposición al español académico y normalizado, al que enriquece; que siembra en la memoria colectiva la figura de líderes políticos e intelectuales como Eloy Alfaro, Concha, Montalvo, etc; que critica, sin contemplaciones, la debilidad del propio pueblo en su organización y dirección; que expresa el primer rechazo social a la impunidad de la violencia del Estado."

Hoy vamos a hablar de otro clásico de la literatura ecuatoriana, uno de esos libros ante los que me tengo que enfrentar con respeto. Y no es fácil. Puedo criticar sin miedo una novela de un autor poco conocido o una obra menor de uno de los grandes pero, ¿qué pasa si manifiesto públicamente que no me gusta el Quijote (es sólo un ejemplo, siento devoción por el Quijote)? ¿Cómo quedo si no soy capaz de admirar las excelencias de una creación reconocida en el mundo entero? Tengo que recordar que este blog no es en absoluto académico, que en él me limito a volcar mis impresiones personales, lo que hace mis críticas completamente subjetivas.

En resumen, hoy comentaré “Las cruces sobre el agua”, de Joaquín Gallegos Lara, y que sea lo que dios quiera.
Esta novela se ambienta en la ciudad de Guayaquil a principios del siglo XX. El protagonista es Alfredo Baldeón, el hijo de un humilde panadero, quien desde joven muestra un carácter rebelde. Seguimos su trayectoria desde que, con quince años, participó en la revolución conchista en Esmeraldas del lado de los sublevados, hasta que, en el año 1922, fue uno de los cabecillas de las huelgas de su ciudad natal. A través de él vamos conociendo a una serie de personajes que forman parte del crisol en el que sobrevivía la sociedad guayaquileña y ecuatoriana de su tiempo.
Sé perfectamente que con el resumen que acabo de presentar no es sencillo hacerse una idea acerca de la trama del libro, pero es que la misma narración se presta a engaños. Los primeros capítulos parecen los propios de una clásica novela de aprendizaje. Tenemos a un personaje al que conoceremos desde su infancia y al que veremos madurar paso a paso. Pero luego, inesperadamente, se nos presenta otro personaje, Alfonso, un amigo de Alfredo, quien, durante un buen puñado de escenas, asume el protagonismo de la obra. Vemos la difícil situación de su familia, la rama pobre de una rica familia costera. Vemos su lucha por progresar y también somos testigos de sus amores. Y, de repente, se esconde en el segundo plano. El protagonismo lo retoma Baldeón pero ya no únicamente. La novela se transforma en una obra coral de la que salen personajes hasta de debajo de las piedras. Muchos de ellos tiene una aparición esporádica, apenas muestran rasgos de personalidad con los que podamos identificarlos e, incluso, en ocasiones hasta comparten nombres. Finalmente este batiburrillo se va ordenando y enfocando un poco en los últimos capítulos, con la trama revolucionaria.
Ignoro si se trata de una apreciación personal o bien Nelson Estupiñán Bass lo hizo premeditadamente, pero me doy cuenta de que la estructura de “Cuando los guayacanes florecían” es justo la opuesta de “Las cruces sobre el agua”. Si en aquella comenzábamos en medio de una revolución, luego se convertía en una obra coral y finalmente se centraba en las vicisitudes de un protagonista, en la novela de Joaquín Gallegos Lara en orden de estas partes es el inverso.
Seguramente la idea que parece que intento transmitir es que “Las cruces sobre el agua” me resulta una novela fallida, y esto es cierto relativamente. En efecto el ritmo y el desarrollo de la trama me parecen torpes, innecesariamente frustrante. Considero que la pretensión de Gallegos Lara era pintar un fresco de las gentes de Guayaquil y de cómo se vieron empujadas a pararse y gritar hasta aquí hemos llegado. Pero la multitud de nombres sin rostro no ayuda a que el lector comprenda la magnitud del suceso. Es contraproducente. La tragedia se vuelve farsa porque no llegamos a sentir cariño por ninguno de los personajes.
Por otro lado “Las cruces sobre el agua” me parece una obra digna de figurar entre los clásicos de la literatura ecuatoriana por una razón que ya mencioné al hablar de “Los guandos”. Joaquín Gallegos Lara maneja una prosa brillante. Las descripciones son más sensoriales que gráficas y la reproducción de las maneras de hablar de cada uno de los personajes, muy acertada. Con todo ello lo que quiero decir es que si la desgracia no se hubiera abatido sobre él demasiado pronto nos podríamos encontrar ante uno de los mejores autores latinoamericanos del siglo XX. Al igual que pasa con Gabriel García Márquez me da la impresión de que la literatura corría por las venas de Gallegos Lara, que no le suponía ningún esfuerzo escribir. Y si esta es su novela más conocida (también porque fue la única que pudo concluir) es porque, lamentablemente, nunca llegaremos a conocer sus obras de madurez.

Puntuación: 80/100
 
Posdata. En dos semanas le tocará el turno a Jorge Velasco Mackenzie con “El rincón de los justos”.





Descarga directa LAS CRUCES SOBRE EL AGUA Joaquín Gallegos Lara

sábado, 8 de mayo de 2010

DON GOYO - Demetrio Aguilera Malta

Título: Don Goyo

Autor: Raúl Demetrio Aguilera Malta (Guayaquil, Guayas, 1909; México D.F., México, 1981)

Año de publicación: 1933

Edición: Libresa, colección Antares, 2005

Páginas: 289; Estudio introductorio + Algunos juicios críticos + Cronología + Bibliografía recomendada + Temas para trabajo de los estudiantes + 3 partes

Su novela Don Goyo constituye la más pura exaltación de la vida del trópico marino, en donde el hombre se integra a la naturaleza, a la manera del árbol del mangle que se aferra con sus raíces a la tierra y moja sus renuevos en el mar. Las descripciones de esta novela y de La isla virgen del mismo autor se cuentan entre las mejores páginas que se han escrito sobre el paisaje costanero del Ecuador.
Jorge Carrera Andrade


La novela de la que hablaré en el día de hoy es “Don Goyo”, de Demetrio Aguilera Malta.
Como pueden ver más arriba esta edición sí presenta un breve texto en la contraportada, pero apenas sirve para hacernos una idea del tema de la obra. Resumiré entonces un poco la trama.
En la desembocadura del río Guayas hay un grupo de islas e islotes habitado por una comunidad de cholos. Estos montuvios se dedican a cortar leña de los manglares para venderla en la capital. Desde tiempos inmemoriales esta comunidad está dirigida por un personaje enigmático, don Goyo, el primer habitante de estas tierras, de quien se dice que tiene un pacto con el diablo.
Este libro cuenta muy poco más, de manera que no me voy a extender más con el resumen. Gran parte del mismo está dedicado a describir tanto a los hombres que viven en estas tierras y sus formas de vida como al hábitat en sí. Pero esta novela tiene algo especial, algo mágico. Tiene a don Goyo.
Según me fui adentrando en la lectura de esta novela no pude hacer otra cosa que comparar al personaje de don Goyo con otro personaje ilustre, el inmenso José Arcadio Buendía de “Cien años de soledad”. Ambos tienen esa condición de patriarcas bíblicos, de fundadores de una dinastía, de hombres poderosos que creen en una serie de valores: en la justicia, en el trabajo, en la tierra y en la magia. Ambos son escuchados y respetados por sus gentes como líderes del clan. Ambos son tomados por locos y desechados por sus vecinos cuando sus palabras no son convenientes para la mayoría. Hasta el final de los dos personajes tiene semejanzas. No quiero decir con esto que necesariamente Gabriel García Márquez se inspirara en el personaje de Aguilera Malta para construir el suyo. Creo más bien que los dos autores tomaron como modelo un personaje de rasgos comunes entre los montuvios del Pacífico y los del Caribe.
En cualquier caso, Demetrio Aguilera Malta prefigura de alguna manera lo que más tarde será conocido como el “realismo mágico”. En “Don Goyo” nos encontramos ante una sucesión de cuadros costumbristas aderezados por sucesos extraordinarios. No sólo eso. También plantea una defensa del ecologismo en una época tan temprana como son los años treinta del siglo XX. Don Goyo quiere salvar sus bosques de mangles de la voracidad del hombre blanco.
En estas páginas encontraremos retazos de denuncia social, pero el autor rehúye profundizar en este tema. En “Don Goyo” se habla de concertajes, de ricos advenedizos, de comerciantes aprovechados, pero nada de eso priva a los cholos de su pequeño edén, donde conviven en armonía con los manglares. No por lo menos en el tiempo que transcurre dentro de la novela, aunque ya se dan avisos de que el desastre está en camino. Después de haber leído obras como “Cuando los guayacanes florecían” o “Juyungo” esperaba que en cualquier momento algún terrateniente avaricioso desposeyera a los personajes de sus tierras, acabando con su forma de vida.
Tengo que destacar un detalle de esta novela que, para mí, le hace perder puntos. A pesar de que es una obra realmente corta considero que le sobran capítulos. Me refiero a los capítulos dedicados a Cusumbo, que llegan a ocupar un tercio de la obra. Esta historia no lleva a ninguna parte y engaña al lector sin necesidad. Cusumbo era un concierto que se emancipa de su patrón a las bravas, se hace pescador y recala en este archipiélago para acabar haciéndose manglero. En el transcurso de esta narración hace esporádicas apariciones el propio don Goyo, pero no deja de ser una sombra que recorre los esteros velando por su pueblo. Tomando lo leído en esta primera parte pensé que el protagonista real de la novela era Cusumbo y que don Goyo no era otra cosa que un arquetipo (salvando las distancias, algo así como el personaje que interpreta Orson Welles en “El tercer hombre”). Pero no. Empieza la segunda parte y el protagonismo completo recae sobre don Goyo y ya no lo suelta. Puedo entender que el autor hizo esto para introducir al lector en su mundo, de la misma forma que Cusumbo se integra en la comunidad siendo foráneo a ella. Puedo entender que Aguilera Malta quisiera incorporar a su novela escenas propias de la vida en el trópico, pero para mí no funciona. Yo entiendo la novela como una precisa pieza de relojería, donde cada engranaje, cada una de sus sub-tramas, asiste y acompaña a la historia principal (esto lo vimos ya con “El éxodo de Yangana”; en su primera parte aparecían multitud de personajes con su pequeña historia correspondiente, y de la mayor parte de ellos no se volvía a Hablar; sin embargo en la obra de Ángel F. Rojas había un objetivo definido para ello: hacer que el lector fuera uno más de los habitantes del pueblo). Hay autores que consideran la novela como un saco donde cabe todo (el ejemplo más manido es el de Pío Baroja). Bien, no voy a despreciar estas obras pues las novelas psicológicas/de aprendizaje que narran la trayectoria vital de un personaje están construidas de esta forma. La historia principal es tan amplia y tan sólida que pueden permitirse añadir brochazos independientes a ella. Pero para “Don Goyo” esto no sirve. La novela es demasiado corta y se dedican demasiadas páginas a Cusumbo. Aquí esa historia parece de relleno.
No me alargaré más, que ya me estoy excediendo. La novela es extraordinaria y lo sería más si se aventase la paja, dejando sólo el grano de las dos últimas partes.

Puntuación: 84/100
 
Posdata. En la próxima ocasión hablaré de otra de las novelas imprescindibles de la literatura ecuatoriana: “Las cruces sobre el agua”, de Joaquín Gallegos Lara.

sábado, 24 de abril de 2010

ECUADOR. RAÍCES Y ESPERANZAS - Joaquín Martínez Amador



Título: Ecuador. Raíces y esperanzas

Autor: Joaquín Martínez Amador (Guayaquil, Guayas, 1942)

Año de publicación: 1995

Edición: Autoedición

Páginas: 310; prólogo + 7 partes + epílogo + bibliografía

Un libro sobre el Ecuador, su historia, su geografía, sus cifras, sus grandes hombres, su cultura, sus retos y dilemas; una visión del Ecuador para los de aquí y para los de fuera.
Además de "Ecuador. Raíces y Esperanzas", Joaquín Martínez Amador ha escrito un libro de ensayos: "Cartas a un Amigo Lejano" y un libro de poesía: "Cosas de la Vida".

Hoy comenzaré este artículo justificándome. Justificándome por dos motivos, por la nota que le he puesto a este libro (una nota superior a auténticos clásicos como “Juyungo”) y por el mero hecho de que una obra como esta aparezca en este blog.
Acerca del primer punto repetiré lo que ya he dicho alguna vez. Las puntuaciones que otorgo no las baso tanto en la calidad total de la novela en sí sino, sobre todo, de las expectativas previas que yo tuviera depositadas en ella. Un libro que me defrauda tendrá menos puntuación que otro que me sorprende gratamente aún cuando la calidad del primero sea superior.
Ahora me referiré a la presencia de “Ecuador. Raíces y Esperanzas” en una página web dedicada a la literatura ecuatoriana (precisaré que, en realidad, está dedicada a la narrativa ecuatoriana, pues no me siento capacitado para comentar poesía; yo mismo soy narrador, no poeta). El caso es que me ha costado decidirme a escribir este artículo. Esto no se puede considerar narrativa. Se trata en realidad de un ensayo sin pretensiones literarias. De acuerdo que ya he hablado sobre obras que se catalogarían antes como libros de historia que como novelas o cuentos. Tal es el caso de “El camino del sol”, pero Jorge Carrera Andrade tiene en su haber una sólida trayectoria literaria, enfocada en el campo de la lírica. Por otro lado Joaquín Martínez Amador ha publicado también algún poemario, lo que puede clasificarlo como literato ecuatoriano. Ok, pero este ensayo no ha sido avalado por ninguna editorial de prestigio, sino que ha sido auto-editado por el mismo autor bajo el auspicio de empresas ajenas al ámbito literario. Claro, que tampoco sería el primer caso. “Estampas de mi ciudad, de Alfonso García Muñoz, fue publicada por una imprenta de la propiedad del mismo autor…
Siento perder tanto espacio transcribiendo mi debate interno para tomar esta decisión, pero es que, por motivos distintos, he descartado otra obra que, no obstante, comentaré próximamente en el blog hermano de este.
Retomo la crítica. Evaluando todos los pros y los contras me decidí a leerlo. Y no me arrepiento pues ha sido un descubrimiento fenomenal.
Como ya he repetido en multitud de ocasiones la razón principal por la que me animé a abrir este blog fue para dar a conocer al mundo la literatura del Ecuador, literatura que habitualmente (e inmerecidamente, como pretendo demostrar) ha quedado apartada de la historia de las letras españolas. Pero no es esa la única razón, hay otra más personal pero no menos importante. También me sirve para conocer la República del Ecuador. Recuerden que yo no soy ecuatoriano y sólo he visitado este país en un par de ocasiones, mirándolo siempre con ojos extranjeros. Pero estos dos viajes has sido suficientes para enamorarme del país y sentir un ansia enorme por conocer mejor su espíritu y sus circunstancias. Pues bien, este libro es el que más me ha acercado a este objetivo. Me ha hecho entender cosas que antes no comprendía.
Este libro está dividido en una serie de partes muy diferenciadas. Una dedicada a la geografía, otra a la historia, a la sociología, a la economía, a la política, etc. Sin embargo el autor no se ha conformado con presentar cifras. Hace reflexiones muy agudas y acertadas que cargan de sentido los datos que expone. Pondré un ejemplo que me llamó mucho la atención y me hizo dar cuenta que me encontraba frente a un libro distinto. Martínez Amador señala que el Ecuador es el único país en el que se cruza el paralelo del ecuador con la cordillera andina. Esto no es nuevo, ya lo había leído varias veces en otros sitios, pero el autor no se queda ahí, pues continúa observando que, precisamente por darse este caso, el Ecuador es el único país del mundo que tiene un clima templado a pesar de encontrarse bajo latitud 0º. Parecerá una tontería, pero nunca me había dado cuenta.
Otro detalle que no puedo hacer otra cosa que valorar es que se expone las duras condiciones de vida de una parte muy importante de los ecuatorianos (de forma muy explícita, sin concesiones) pero jamás se rinde al fatalismo. Señala todo lo que es necesario cambiar para que su sociedad sea más justa, propone soluciones y se muestra esperanzado por el futuro. Esto no lo había visto antes en un autor ecuatoriano (ni español tampoco; aunque suene a tópico sospecho que el fatalismo hispano es uno de los rasgos que dejaron nuestros antepasados en la herencia cultural de las antiguas colonias).
Por supuesto el libro no es perfecto. La mayor deficiencia que se le puede achacar (de la que no es culpable Joaquín Martínez Amador) es que está desfasado. Al haber sido publicado a mediados de los noventa apenas dedica un párrafo a la emigración a otros países, fenómeno que recién entonces estaba comenzando y que ha transformado radicalmente la anatomía del país.
Otra cosa que chirría se da en los últimos capítulos. En ellos Martínez Amador toma el papel de salvador de la patria e inserta en el texto una serie de instrucciones concretas para rescatar a su país del subdesarrollo. El problema es que, además de poeta, el autor es empresario y estas soluciones que propone se amparan en el capitalismo, sistema que, como hemos visto en estos últimos años, no es, ni de lejos, tan solvente como se podría esperar.
En resumen, si lo que quieren es hacerse una idea de qué es el Ecuador, este libro es el mejor referente que he localizado.

Puntuación: 91/100

Posdata. Próximamente "Don Goyo", de Demetrio Aguilera Malta

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sábado, 10 de abril de 2010

CUANDO LOS GUAYACANES FLORECÍAN - Nelson Estupiñán Bass

Título: Cuando los guayacanes florecían

Autor: Nelson Estupiñán Bass (Súa, Esmeraldas, 1912; Pensilvania, USA, 2002)

Año de publicación: 1954

Edición: Libresa, colección Antares, segunda edición, febrero 2008

Páginas: 295; Estudio introductorio + Algunos juicios críticos + Cronología + Bibliografía recomendada + Temas para trabajo de los estudiantes + 15 capítulos

Esta novela recrea, con maestría, un episodio de la historia ecuatoriana: Eloy Alfaro, el líder de la revolución liberal, es asesinado por una turba ebria y fanática. En respuesta, uno de sus militares leales, el coronel Carlos Concha, promovió un levantamiento armado en la provincia de Esmeraldas. Peones pobres de las haciendas esmeraldeñas formaron el batallón revolucionario que enfrentó al bien armado ejército gobiernista; el coraje y el valor de los sublevados no fueron suficientes para evitar la derrota. Entonces, fortalecida por la victoria, la clase dominante esmeraldeña, los “gusanos”, incrementa los ya ancestrales atropellos contra la clase oprimida: peones, conciertos, negros, tagüeros, maestros: todo vuelve como al principio.
Cuando los guayacanes florecían es una de las mejores novelas ecuatorianas de todos los tiempos, no solo por abordar una gesta social importante del Ecuador de principios del siglo XX, sino porque incorpora la vida social y cultural del pueblo afro a la literatura, y porque deja un mensaje esperanzador: en medio del eterno retorno de la injusticia, los guayacanes, símbolo de la esperanza popular, florecen una y otra vez.

La novela de la que hablaré en el día de hoy es “Cuando los guayacanes florecían”, de Nelson Estupiñán Bass. La elección de este libro ahora no es azarosa pues considero que guarda relación con el que comenté hace hoy dos semanas, “Juyungo”. Guarda relación porque ambos denuncian los abusos que sufren los negros en la provincia ecuatoriana de Esmeraldas así como la inmensa corrupción de los poderosos (“Cuando los guayacanes florecían” profundiza aún más en este tema a lo largo de los capítulos finales). Aunque la obra de Adalberto Ortiz se publicó con anterioridad a la de Estupiñán Bass, los hechos que narra son posteriores.
“Cuando los guayacanes florecían” nos habla de la revuelta conchista de principios del siglo XX, un suceso que tiene una cuestionable trascendencia histórica pero que ha sido muy utilizado por los novelistas esmeraldeños, aún cuando fuera sólo como telón de fondo. Tras el asesinato y posterior arrastre por las calles de Quito del cadáver de Eloy Alfaro uno de sus afines, el coronel Carlos Concha Torres, levantó en armas la provincia de Esmeraldas. Batallones de negros pobres armados con machetes se enfrentaron durante un par de años a las tropas regulares enviadas por el gobierno para sofocar la revolución. Luchaban por la libertad de los esclavos (aunque el concertaje ya había sido abolido se seguía practicando en las grandes haciendas de todo el país) y por la mejora de la calidad de vida de los desheredados.
Los primeros capítulos de esta novela engañan hábilmente al lector. Idealizan a los sublevados conchistas, que reclutan a sus soldados con discursos y no a la fuerza, que liberan conciertos y afirman luchar por un futuro mejor para sus hijos. Las tropas gobiernistas, por su parte, son retratadas como una panda de bandidos sanguinarios que saquean las ciudades que toman y que roban, violan y torturan a civiles inocentes. Cuando ya creemos que el autor va a ponerse completamente del lado de los soldados de Concha, la revolución se va pervirtiendo. Los oficiales cometen las mismas tropelías que sus homónimos rivales y no dudan en convertir a los alzados en cuatreros para asegurarse una fortuna cuando todo acabe.
Desde el principio de la novela Nelson Estupiñán juega al despiste. Comienza reproduciendo la proclama del coronel Concha, justificando su levantamiento, para, acto seguido, insertar un texto del historiador Óscar Efrén Reyes donde culpa en parte a dicha revuelta del atraso de la provincia.
Un personaje que representa claramente la ambivalencia a la que juega el autor es el de don Rodrigo Medrano de Pereira y Quezada, un criollo que llega a Esmeraldas en mitad de la guerra para hacer fortuna. Aparece ya hacia la mitad del libro y el autor hace un retrato amable de él:
Era muy amante de la libertad y partidario de la pureza del sufragio, sin intervención del Gobierno. Saludaba y sonreía con el mismo afecto a grandes y pequeños, a blancos y negros.
¿A que cae bien? ¿Verdad que no parece una descripción irónica? Pues después de generar estas expectativas el personaje termina siendo el mayor hijo de puta de todos los que se apelotonan en este libro. Y son unos cuantos.
Una vez que fracasa la revolución es cuando la novela se muestra más encarnizadamente cruda. El mundo que queda después es, incluso, peor que el que había antes. Los conciertos libertados tiene que volver a sus dueños y los pobres son estafados y encerrados en presidio por las mismas autoridades. Son tantas y tan dolientes las arbitrariedades que quedan registradas en estos capítulos que consiguen despertar la indignación del lector. Quiero creer que son exageraciones y no experiencias observadas por el lector en su niñez, pero me temo lo peor.
“Cuando los guayacanes florecían” funciona muy bien como novela de denuncia, mas como obra literaria también resulta ejemplar. La construcción es muy correcta, intercalando capítulos que, a modo de mosaico, van relatando los hechos desde diferentes perspectivas. Las descripciones, a su vez, son muy sutiles. A pesar de la tentación que siempre supone la selva para un prosista, el autor da preferencia a la acción y a los diálogos (estos últimos especialmente cuidados).
Si tuviera que señalar algún aspecto mejorable de la obra sería que, siendo una novela coral, hay pocos personajes que destaquen. Aunque cada uno tenga un pasado propio (que a menudo es relatado), la mayor parte de ellos son indistinguibles unos de otros. También entiendo que esto es consecuente, pues el autor lo que pretende es mostrar la opresión de todo un segmento de la sociedad.
En definitiva, una gran novela y un necesario retrato de la corrupción en el país.

Puntuación: 93/100

Posdata. De aquí a dos sábados haré un pequeño cambio de registro. Hablaré de "Ecuador. Raíces y esperanzas", de Joaquín Martínez Amador.


sábado, 27 de marzo de 2010

JUYUNGO - Adalberto Ortiz


Título: Juyungo. Historia de un negro, una isla y otros negros

Autor: Adalberto Ortiz Quiñonez (Esmeraldas, Esmeraldas, 1914; Guayaquil, Guayas, 2003)

Año de publicación: 1943

Edición: Biblioteca Básica Salvat, 1982

Páginas: 229, prólogo + 16 capítulos + vocabulario de provincialismos

No tiene texto en contraportada.

Adalberto Ortiz es el segundo autor que, hasta la fecha, repite en este blog. Y lo hace con “Juyungo”, su primera novela y la más conocida de su bibliografía. Como ya dije en el artículo de “El espejo y la ventana”, la novela presente ya me la había leído tiempo atrás y el sabor de boca que me dejó no fue especialmente grato. Pero sabía que me la tenía que leer en condiciones más apropiadas y esto es lo que acabo de hacer. ¿He cambiado mi opinión respecto a mi primera lectura?

Paso a paso. Primero haré el resumen, que esta edición carece de texto en la contraportada.
Ascensión Lastre es un niño negro que vive en la provincia de Esmeraldas. Su padre está aquejado de una dolencia en las piernas que le impide trabajar y su madrastra no oculta el desprecio que siente por el niño. Ascensión abandona a su familia para ser acogido en una tribu de indios cayapas. Estos indios suelen despreciar a los negros, a los que denominan “juyungos” (creo que significa algo así como “diablos”), pero aceptan al pequeño y, hasta su madurez, lo tratan como a uno de ellos. Después de salir de la tribu Lastre acaba instalándose en Santo Domingo de los Colorados, en un campamento de peones que están construyendo una carretera. Conoce allí a la que será su esposa, una mujer blanca, además de al que será su gran enemigo, el negro Cocambo. Más tarde regresará a Esmeraldas, a una hacienda agrícola situada en una isla fluvial. Allí vivirá en compañía de un grupo de compañeros con los que se amistó en el campamento.
Aunque pueda parecer lo contrario no es nada sencillo redactar un resumen de esta obra. En este libro no encontraremos una trama claramente identificada que nos acompañe. Sólo nos habla de la vida de Ascensión Lastre, conocido como Juyungo, desde su infancia hasta su alistamiento en el ejército regular para luchar en la guerra ecuato-peruana de 1941. Aunque al principio Lastre es el protagonista absoluto de la novela, en capítulos posteriores se irá desdibujando, cediendo el primer plano a los demás personajes (para retornar con inusitada fuerza llegando al final). Vemos, por ejemplo, que la historia de amor entre Juyungo y su esposa (de la que ni siquiera recuerdo el nombre) jamás tiene una importancia equiparable a la del estudiante Angulo con Eva.
Retomando lo que iba diciendo al principio del artículo, la segunda lectura de “Juyungo” le ha sentado muy bien. Principalmente porque ahora sí la he leído bien, en condiciones. Como otros libros en los que el autor deliberadamente emplea giros y expresiones muy locales, esta edición dispone de un glosario al final para consultar los términos más oscuros. Esto puede llegar a ser contraproducente porque si el mismo libro no ofrece este diccionario el lector se ve obligado a seguir leyendo sin ayuda, sacando el sentido de las palabras desconocidas del contexto (o ignorándolo, que no siempre es imprescindible entenderlo todo). Sin embargo el mero hecho de disponer de esta herramienta hace que ante la más mínima duda interrumpamos la lectura para buscar el significado exacto. Esto es lo que ha cambiado en esta segunda relectura. He preferido respetar el magnífico ritmo impuesto por Adalberto Ortiz antes de confirmar si los chontaduros son frutas o no.
A diferencia de lo que pude comentar en “El espejo y la ventana”, el conflicto racial es muy importante en el desarrollo de “Juyungo”. Mas Ortiz también sabe jugar con este tema. Por supuesto denuncia la discriminación que sufren los negros desposeídos por una parte de la población, pero no dedica mucho espacio a mostrarla. Se centra en el caso inverso, en el odio que siente Lastre al principio por toda la raza blanca y en cómo este odio se va transformando paulatinamente en conciencia de clase.
Esta novela es profundamente humana. Lo que prima por encima de todo es la relación que mantienen los personajes entre ellos. La vida idílica que disfrutan los protagonistas en esa isla de negros sin dueños (trasunto de la edad dorada, del paraíso africano previo a la esclavitud), la solidaridad que comparten, donde todos cuidan de todos y no tienen que dar cuentas a ningún extraño, es lo que considero el eje de la novela. Es cuando la avaricia y la crueldad del hombre blanco (representada en un hombre especialmente blanco, el alemán Hans) expulsa a Juyungo de su edén cuando se desencadena el desastre.
Finalmente diré que en el estilo se aprecia siempre la elegancia de Adalberto Ortiz (cuando se detiene a describir entornos naturales es glorioso), aunque el desarrollo de los personajes no llega a la introspección psicológica de la que hará gala en “El espejo y la ventana”.

Puntuación: 88/100
 
Posdata. La próxima novela que comentaré se ha elegido sola, ya que de alguna manera respalda temáticamente lo que se cuenta en esta. Será “Cuando los guayacanes florecían”, de Nelson Estupiñán Bass.

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sábado, 13 de marzo de 2010

SANCHO PANZA EN AMÉRICA - Alfonso Barrera Valverde

Título: Sancho Panza en América o la eternidad despedazada


Autor: Alfonso Barrera Valverde (Ambato, Tungurahua, 1929)

Año de publicación: 2005

Edición: Alfaguara, primera edición, octubre 2005

Páginas: 222, 31 capítulos + epílogo

A la muerte de Don Quijote, Sancho se ha quedado sin caballero y sin escudo. Emprende, entonces, un viaje de soledad al Nuevo Mundo y llega, en el año 2005, a la Ciudad de las Colinas y de los Valles.
Sancho deambula por las calles de San Roque; conversa con la gente; conoce al duende triste; dialoga con el poeta del siglo XX. Pero Sancho no logra descubrir por qué en este país nadie es inmortal, por qué aquí los locos no son tan locos y por qué los cuerdos toman a los ingenuos por locos.
A esta novela, narrada con la maestría de Alfonso Barrera Valverde, se la puede anunciar como una propuesta “disparatada, alucinante”, porque se arriesga a dar una nueva vida y otro tiempo a uno de los personajes más célebres de la literatura universal, o se la puede convertir en un escudo y, ahora, el lector ser el Quijote que acompaña a Sancho a seguir “deshaciendo entuertos”.

Hoy toca hablar de “Sancho Panza en América o la eternidad despedazada” (a partir de ahora sólo “Sancho Panza en América”; el segundo título me resulta odioso), de Alfonso Barrera Valverde.
En esta novela nos encontramos con la situación de que, una vez fallecido don Quijote, Cervantes muere sin volver a acordarse de Sancho Panza. Éste, que se encuentra en un limbo literario, es invitado a conocer Quito, pero no su Quito contemporáneo sino el de ahora, el del año 2005. Sancho Panza se hospeda en una casa del barrio de San Roque y asiste a las tertulias que comparten sus vecinos los viernes por la tarde.
Este libro lo componen 222 páginas impresas en fuente gorda y salpicadas por numerosas ilustraciones (unas ilustraciones muy apropiadas, firmadas por Oswaldo Viteri). Con ello quiero decir que “Sancho Panza en América” se puede leer fácilmente en una tarde… con mucha voluntad. Personalmente me ha llevado casi tres semanas concluirlo.
Esta novela me ha resultado pesada por diferentes razones. Primero por el lenguaje, el cual es a la vez sencillo y artificioso (resultaría sencillo en el siglo XVII pero ahora hace que ardan los párpados). Es evidente que en la escritura de este libro Barrera Valverde tuvo muy presente el Quijote y quiso imitar el estilo. El esfuerzo se reconoce pero se da la paradoja de que una novela publicada en 1605 se pueda leer en el siglo XXI saboreando cada una de sus palabras mientras que esta otra, publicada cuatrocientos años más tarde, deja un regusto en el paladar a rancio. A viejuno.
Escribir como Cervantes es una de las mayores tentaciones que puede sufrir y que sufrirá, tarde o temprano, un prosista. Pondré un ejemplo hablando de mí (cosa que hago a menudo, por otra parte). Mi primera lectura completa de “El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha” alteró mis letras durante un tiempo. Por aquel entonces yo estaba escribiendo una novela y, de manera un tanto forzosa, me vi en la necesidad de insertar un capítulo en el que imitaba a don Miguel. El resultado fue, por supuesto, un despropósito. Afortunadamente poco después las aguas volvieron a su cauce y no intenté nuevos experimentos. Pero esto que me ocurrió ha ocurrido a muchos otros. Pocos son los novelistas que tienen éxito tomando el estilo de Cervantes (ahora sí, los que lo consiguen se convierten en autores imprescindibles; en España tenemos como ejemplos a Luis Landero y, en menor medida, a Antonio Muñoz Molina). Lo normal es que suceda lo que le ha sucedido a Alfonso Barrera en esta obra. Es muy dificultoso concentrarse en su lectura. Lo pensamientos huyen hacia otras latitudes, lejos de este tostón.
Habla de las razones por las cuales “Sancho Panza en América” me ha resultado tan espeso. Además del lenguaje me pesa el ritmo. Comienza muy tarde (de hecho no acabo de estar seguro de que comience en algún momento). Algunos capítulos son auto-conclusivos y otros están agrupados temáticamente. Lo que sí es igual siempre es la completa ausencia de acción. En toda la novela no ocurre nada. Aprovecho para enlazar con la siguiente de las razones, la más grave de todas: la trama.
Aquí no se cuenta ninguna historia. Sancho Panza aparece en Quito sin más ni más. En las tertulias a las que le invitan parece transparente (y mudo, lo cual es más incomprensible en este personaje). Sus anfitriones se dedican a comentar la figura de Eugenio Espejo además de otras anécdotas que igualmente se hubieran contado si no estuviera Sancho. ¿Para qué traerlo entonces? Luego se dedican a diseccionar algunas de las características de don Quijote pero no le piden al escudero que narre su versión de las aventuras que vivieron juntos (lo que podría resultar muy interesante). En lugar de eso ¡se las cuentan a él!
Sancho Panza es probablemente el mejor personaje secundario de la literatura mundial y también funciona muy bien como protagonista (véanse los capítulos del Quijote en el que gobierna la ínsula Barataria), pero emplearlo como mero espectador o comparsa es un enorme desperdicio.
La novela, en cuanto a la temática, es terriblemente dispersa. En un capítulo determinado, porque él lo vale, el autor se dedica a reflexionar sobre el fenómeno migratorio que se ha dado en el Ecuador. Y, por supuesto, también repite la archiconocida y un millón de veces contada leyenda del padre Almeida. He echado en falta un capítulo en el que se explique, paso por paso, cómo preparar la fanesca. Ya puestos, ¿qué más da? Aquí cabe todo.
A pesar de todo lo que he criticado, de lo denso que es el libro y de lo que me ha costado acabarlo, este no es uno de los casos típicos de “No me ha gustado el libro. No voy a leer nunca nada más de este autor”. Sí estoy dispuesto a leer alguna otra novela de Barrera Valverde. Le daré otra oportunidad al menos (algún día) porque estoy muy seguro de que no es esta su forma de escribir. Desde el principio queda claro que toda la novela no es más que u juguete literario. Seguramente, amparado en toda la parafernalia del “Año del Quijote”, el autor ha jugado a reproducir sus conversaciones con sus amigotes utilizando un estilo cervantino y metiendo en medio al pobre Sancho Panza, que pasaba por ahí. Porque entiendo esto le doy mi voto de confianza y no entrego a Alfonso Barrera Valverde a las llamas. Sin embargo “Sancho Panza en América” no supera el donoso escrutinio. No le puedo puntuar con más de un:

Puntuación: 47/100

Posdata. El próximo artículo será sobre un autor ya conocido por estos lares: Adalberto Ortiz con su “Juyungo”.





sábado, 27 de febrero de 2010

DE QUE NADA SE SABE - Alfredo Noriega


Título: De que nada se sabe

Autor: Alfredo Noriega (Quito, Pichincha, 1962)

Año de publicación: 2002

Edición: Alfaguara, serie Roja, 2ª reimpresión

Páginas: 179, prólogo + preámbulo + 4 días + estudio de la obra

Múltiples personajes cargados con el peso de su propia cotidianidad confluyen sobre la mesa de una morgue, sitio en el que Arturo Fernández intenta reconstruir, ente partes policiales y meticulosos análisis de órganos, la ficción de vidas que jamás podrá tocar.
Una novela en la que resulta imposible eludir el agobio de la incertidumbre. Una obra en la que el lector transita por puentes trazados entre historias de aparente inconexión.
Alfredo Noriega, voz relevante de la literatura ecuatoriana contemporánea, nos ofrece una novela en la que recrea, con sútil maestría, las eternas contradicciones de la vida y la muerte, de la carne y el alma.

"De que nada se sabe", de Alfredo Noriega, nos coloca en el interior de la ciudad de Quito en el día de hoy. A través de los ojos de un forense vamos conociendo una historia de crímenes pasionales cruzados entre sí. Y la conoceremos gracias a quienes mejor nos la pueden contar: los muertos. En esta ciudad que cada mañana amanece bañada en sangre hay también un resquicio para el amor y para la compasión. Una mujer madura que se enamora de forma absurda de su casi desconocido bibliotecario. Un taxista que se desvive para ayudar y consolar a una pasajera a la que le han atropellado el hijo. Una pareja que consuma un amor a contracorriente y que paga por ello. Y un forense que se preocupa por las historias reales de sus muertos, más allá de lo que figura en la ficha policial.
Esta novela está construida de forma deliberada como un puzzle. Noriega mantiene una cierta continuidad temporal, pero da pequeños saltos sobre ella. A lo mejor no nos cuenta lo que le acontece a un personaje en el momento en que le corresponde sino un día después, cuando dicho personaje lo rememora. Esta me parece una manera inteligente de dar mayor complejidad a la trama sin hacer que el lector se pierda en rincones ciegos.
Por otro lado los personajes resultan complejos e interesantes, una buena muestra de los que da de sí el Ecuador del siglo XXI. Tanto los vivos como los muertos tienen algo nuevo que decir. Me gusta especialmente Hortensia Armendáriz, a la que el autor da un trato de preferencia pues, cuando no es ella misma la que habla, su hijo recupera sentencias que ella dice o que podría haber dicho. También se encuentra entre mis favoritos el taxista Campos, estereotipo de hombre honrado y de víctima propicia de las circunstancias.
Así pues, de esta novela me gusta la construcción, me gustan los personajes y me gusta la ambientación (aunque aún no lo he comentado el retrato que hace esta novela de Quito es uno de los más reconocibles que he tenido la oportunidad de leer). Y, sin embargo, si miran la nota que le he cascado a "De que nada se sabe" verán que es la más baja de los últimos meses.
¿Por qué?
Me toca ahora justificarme.
Esta es una novela que cuenta con las herramientas necesarias para ser una obra memorable. Ya he hablado del estilo y de los personajes. Pero me resulta fallida en lo más obvio. Me atrevería a decir que en lo más sencillo. La historia. Y eso es algo que me descoloca. Son cientos de miles las novelas que he leído que parten de una buena premisa, de una idea brillante, pero luego, por falta de pericia del autor y por no saber cómo jugar sus cartas, quedan reducidas a un quiero-y-no-puedo, a un mero entretenimiento cuando no, directamente, a literatura-basura. Pues esta novela de la que hoy estoy hablando es uno de los escasos ejemplos que he podido encontrar de la situación opuesta. Realmente la historia que nos presenta no vale nada, ni siquiera como telón de fondo para hablarnos de los personajes. Da la impresión de que el autor ha tomado una guía turística de la capital de Ecuador, un par de ejemplares del diario Extra (para los lectores no ecuatorianos este es un periódico muy amarillista que dedica sus páginas a relatar, con todo lujo de detalles, los crímenes más truculentos que suceden en el país y que presenta unas portadas muy gráficas a juego con su temática).
Aprovecho ahora para matizar mis palabras del resumen. Más arriba dije: "En esta ciudad que cada mañana amanece bañada en sangre..." Quiero que quede claro que no es esa una impresión que yo haya recibido al conocer la ciudad. Esta es la imagen que proyecta Noriega en estas páginas. En el Quito de "De que nada se sabe" la vida humana se vende muy barata. Es esta una tierra sin ley donde el hombre más honrado está condenado a muerte. Y el hombre más corrupto también. Y también los de enmedio, por supuesto. Es una novela muy pesimista que juzga y condena sin remedio a la sociedad que intenta representar.
Otro punto negativo que puedo señalar es la fijación que tiene el autor por situar exactamente dónde ocurre en el espacio cada muerte, cada encuentro, incluso la ruta detallada de cada fuga. Ciertamente no toma como referencia la ciudad entera porque ya sería muy caótico. Las fronteras de la ciudad las coloca entre Villa Flora y el parque de La Carolina, pero continuamente van desfilando nombres de calles y barrios. Para los lectores que no sean quiteños les va a costar situarse. Yo tuve que tener siempre a mano un callejero actualizado de la ciudad para localizar cada evento. Es verdad que esto no es imprescindible, que podemos seguir la historia sin saber que el Batán Alto se encuentra a escasas cuadras del colegio Benalcázar, pero, siendo así, sería de agradecer que Alfredo Noriega hubiera sido más genérico en sus descripciones.
Que no se me entienda mal. Esta no es una obra lamentable y si alguien desea leerla no le voy a aconsejar lo contrario (cosa que sí haría con "Las pequeñas estaturas"; es que tengo fijación por ese libro), pero me da mucha rabia porque el autor muestra capacidades narrativas muy altas pero las desperdicia por una trama inane. Ojala en los sucesivo sepa escoger con mayor tino su punto de partida.

Puntuación: 66/100

Posdata. El día 13 de marzo publicaré el análisis de "Sancho Panza en América", de Alfonso Barrera Valverde.

sábado, 13 de febrero de 2010

SÉ QUE VIENEN A MATARME - Alicia Yánez Cossío


Título: Sé que vienen a matarme

Autor: Alicia Yánez Cossío (Quito, Pichincha, 1928)

Año de publicación: 2001

Edición: Paradiso Editores, novena edición, octubre 2008

Páginas: 298

Alicia Yánez Cossío (Quito, Ecuador, 1928), está considerada de manera unánime como la más importante novelista ecuatoriana de todos los tiempos. Es autora de diez novelas: “Bruma, soroche y los tíos”, (1971), “Yo vendo unos ojos negros” (1979) –recientemente llevada a la televisión-, “Más allá de las islas” (1980), “La cofradía del mullo de la Virgen Piponal” (1985), “La casa del sano placer” (1989), “Aprendiendo a morir” (1997), “Y amarle pude” (2000), “Sé que vienen a matarme” (2001) y “Concierto de sombras” (2004). En 1996 su novela “El Cristo Feo” fue galardonada con el Premio Sor Juana Inés de la Cruz.
SÉ QUE VIENEN A MATARME
Desmitificadora y polémica es una magistral recreación de uno de los períodos más turbulentos de la historia republicana, dominado por la figura del dictador Gabriel García Moreno. Oculta en la penumbra de las habitaciones del Palacio de Gobierno, la mirada implacable del tirano aterroriza a todo un pueblo, imponiendo su voluntad omnímada. Mujeres, soldados, sacerdotes y políticos son parte de una historia de crueldad, intolerancia y lujuria. El núcleo de “Sé que vienen a matarme” es un hecho histórico: el asesinato de uno de los presidentes más controvertidos del Ecuador del siglo XIX.

Dos son los mandatarios de los que han dirigido el Ecuador en su época republicana que más son recordados hoy día (pido perdón a la memoria de Velasco Ibarra y de León Roldós). Sus nombres los encontramos en calles y plazas, en escuelas, parques y pueblos. Ambos marcaron la sociedad de su tiempo hasta el punto de poder asegurar que hubo un antes y un después de la presidencia de cada uno de ellos. Ambos protagonizaron violentas revoluciones, ambos murieron asesinados en Quito. Ambos fueron enemigos irreconciliables. Eloy Alfaro, liberal, fue elegido en el año 2005 como el ecuatoriano más importante de la historia. Gabriel García Moreno, conservador y protagonista de la obra que estoy comentando, fue propuesto por sus seguidores para su beatificación.

Tenía muchas ganas de leerme este libro, tantas como curiosidad sentía por el personaje de García Moreno. Actualmente es fácil encontrar su nombre por toda la toponimia del país, pero su recuerdo parece haber sido tachado, cosa que no ocurre con Alfaro. Con “Sé que vienen a matarme”, de Alicia Yánez Cossío, esta curiosidad ha sido satisfecha.
Mi primera impresión fue que en este libro me encontraría con la novelización de los últimos años de vida del dictador, algo así como lo que en su día ya hizo Gabriel García Márquez (el Gabriel García que sí debería subir a los altares) en “El general en su laberinto” con la figura de Simón Bolívar. En realidad “Sé que viene a matarme” es una biografía de Gabriel García Moreno, desde la llegada de su padre a las colonias hasta las consecuencias de su asesinato. No es una biografía académica, no es la que aprobaría un historiador sino la que elaboraría un novelista. Esto es, sin dejar de ser rigurosa en los hechos que expone, la autora dedica más tiempo y más recursos a profundizar en la psicología del personaje así como en la de la nación que a presentarnos datos fríos acompañados de cifras. El problema de este planteamiento es que el lector puede llegar a sentirse perdido en la línea temporal. Dos acontecimientos alejados por muchos años nos pueden parecer contemporáneos y viceversa (y la verdad es que ayuda muy poco la cronología insertada al final de la obra por ser muy escasa y parca en detalles).
Por otro lado Yánez Cossío no es imparcial respecto al protagonista. En muchas ocasiones emite juicios de valor que no le dejan muy bien parado, aunque , a decir verdad, habitualmente mantiene las distancias.
Asumiendo que la figura del dictador no ha sido desvirtuada en exceso en esta obra voy a animarme a juzgarle yo también.
Sin ser psicólogo considero que la personalidad de García moreno encaja perfectamente con los rasgos propios de un psicópata. Fue un tipo que no empatizaba con nadie. No tenía ningún tipo de escrúpulo a la hora de pasar a alguien por las armas, aunque ese alguien le hubiera salvado la vida previamente. Sus actos fueron realmente bárbaros, aunque él mismo fuera una persona muy culta y civilizada. Los años de su gobierno fueron un auténtico reino del terror, donde la dictadura de las buenas costumbres se convirtió en una auténtica tiranía. Las cárceles del estado se llenaron de ciudadanos que habían cometido faltas muy menores a la moralidad impuesta por el presidente, pero por ello mismo, imperdonables para el tirano. Eso sí, a pesar de su sed de sangre, fue un hombre razonablemente íntegro. Con su escalada hacia el poder no pretendía satisfacer sus bajas pasiones buscando simplemente enriquecerse a costilla del erario público (como han hecho tantos y tantos y tantos y tantos y tantos…) García Moreno realmente se consideraba un mesías (con cruz y todo) que venía a salvar a su país de los malos gobiernos y de la anarquía en la que se encontraba sumido. Por su puño muchos inocentes sufrieron y fueron perseguidos, pero también muchos inocentes salvaron sus vidas (me refiero a su gestión cuando se produjo el terremoto en Imbabura). Escribió su nombre con sangre en la historia patria, lo cual no es tan terrible cuando tantos otros lo escribieron con mierda (parecida opinión defendía Juan Montalvo quien, aunque fue acérrimo enemigo del tirano hasta el punto de considerarse responsable indirecto de su asesinato, en sus escritos le califica como un buen gobernante cuando lo pone al lado del infame Veintemilla).
Ya me he desahogado. Vuelvo a la novela.
Alicia Yánez Cossío, como se puede comprobar con todo lo que acabo de rajar, consigue convencer e imponer su visión del personaje. La obra funciona pero se queda el regusto de que hubiera funcionado mejor si la autora se hubiera animado y hubiera escrito una novela, la famosa novela del dictador hispanoamericana, aunque así hubiera abarcado un período más breve en la vida de Gabriel García moreno.
Quizás se pueda reprochar que los últimos capítulos son apresurados, como si la autora tuviera prisa en acabar. Mientras que la primera legislatura queda reflejada con mayor detalle, la segunda queda muy reducida (a pesar de que esta se prolongó durante más tiempo). Apenas se nos cuenta nada de esta, sólo los ánimos del pueblo, que esperaba con ansias en inminente tiranicidio.
Puntuación: 81/100
Posdata. Nos volveremos a encontrar dentro de catorce días con “De que nada se sabe”, de Alfredo Noriega.