martes, 20 de julio de 2010

UN HOMBRE MUERTO A PUNTAPIÉS - Pablo Palacio

Título: Un hombre muerto a puntapiés

Autor: Pablo Arturo Palacio Suárez (Loja, Loja, 1906; Guayaquil, Guayas, 1947)

Año de publicación: 1927

Edición: (Como Obras Completas) Libresa, colección Antares,segunda edición, agosto 1998

Páginas: 62, 9 cuentos

Pablo Palacio es uno de los fundadores de la vanguardia en el Ecuador y América Latina, y un adelantado en cuanto a estructuras y contenidos narrativos. A partir de los setenta del siglo anterior, su obra entra en un proceso de recuperación y relectura como el que realiza la española María del Carmen Fernández para estas Obras completas.
En este libro el lector podrá encontrar, además de toda la obra narrativa de Palacio de la que se tiene noticia, los poemas que publicó, sus escritos de divulgación filosófica y artículos de actualidad política, en una de las aportaciones más lúcidas de la literatura ecuatoriana.

Por supuesto tengo que comenzar esta entrada pidiendo perdón a todos aquellos lectores que hayan estado esperando desde el día 3 de julio la publicación de este artículo. Estas son unas fechas complicadas, llegan las vacaciones y paradójicamente se dispone de menos tiempo libre. Lo cierto es que lo justo hubiera sido haber publicado una nota para anunciar que me iba a retrasar, cosa que no he hecho. Por ello aparco las excusas y les pido humildemente disculpas.

Ahora sí, me pongo a hablar del libro que toca.
Entre los libros que tengo pendientes de leer (y de comentar), poseo uno que contiene las obras completas del autor Pablo Palacio. Llevo un tiempo pensando cómo iba a presentarlo, si en un sólo artículo en el que hable de todos sus textos aunque sea más largo de lo que vienen siendo los artículos corrientes, o bien hacerlo en varios artículos, comentando cada una de las obras por separado. Finalmente he optado por la segunda idea. Por ello empezaré con el que es considerado como uno de las más importantes colecciones de cuentos publicadas en Ecuador, referenciada en libros de texto de literatura nacional: “Un hombre muerto a puntapiés”.
Voy a retomar lo que dije hace un par de semanas (¿cómo?, ¿qué ya ha pasado más de un mes?), cuando comentaba “Memorial de amores”, la selección de relatos de Raúl Vallejo. En aquel caso hablé de las cosas que yo esperaba al leer un cuento, sea cual sea el autor o el género. Dije que para mí era fundamental que se respetara la economía en el uso del lenguaje y que la historia fuera completa, con una estructura bien definida que no te deje a medias. Pues precisamente eso es lo que he encontrado en este libro.
“Un hombre muerto a puntapiés” es un extraordinario ejemplo del tipo de narrativa a la que me refiero, aderezada, eso sí, con un ingrediente que, cuando se sabe emplear, hace que todo texto mejore exponencialmente: el sentido del humor.
Cada uno de los cuentos que Pablo Palacio presenta en este libro está cargado de grandes dosis de humor. Pero no es un humor fácil, apoyado en juegos de palabras sin sustancia o en situaciones equívocas. No. Se trata de un humor negro, corrosivo e incisivo. El narrador no tiene contemplaciones a la hora de describir las situaciones más grotescas con la mayor naturalidad. Y que nadie piense por ello que el mal gusto campa a sus anchas por las páginas de esta obra, porque no es así. La maestría que luce el autor en este relato es que no pierde la sutileza en sus palabras en ningún momento, sea lo que sea que esté contando.
No es algo que suela hacer habitualmente, pero quiero añadir ahora un aperitivo en la forma de un fragmento que he extraído del cuento con el título “El antropófago”.

Al principio le prescribieron dieta: legumbres y nada más que legumbres; pero había sido de ver la gresca armada. Los vigilantes creyeron que iba a romper los hierros y comérselos a toditos. ¡Y se lo merecían los muy crueles! ¡Ponérseles en la cabeza el martirizar de tal manera a un hombre habituado a servirse de viandas sabrosas! No, esto no le cabe a nadie. Carne habían de darle, sin remedio, y cruda.

Mencionaré que este cuento habla de un hombre al que tienen encerrado porque intentó devorar a su propio hijo, en lo que sería una versión libre y local del mito de Cronos. Este detalle sirve para entender el funcionamiento de muchos de los relatos de Palacio. A menudo parte de una referencia externa, como puede ser la mitología grecorromana en este caso o incluso una nota aparecida en la sección de sucesos de un diario, como ocurre en el cuento que da nombre a la colección, para integrarla en su particular cosmos y convertirla en lo que es, una muestra de una literatura muy personal, diferente en todos sus aspectos con lo que se estaba escribiendo en el país de su tiempo.
De entre todos los cuentos que componen “Un hombre muerto a puntapiés” voy a quedarme con uno que me parece excepcional. Me refiero al titulado “La doble y única mujer”. Es la historia de unas hermanas siamesas de las que sólo una tiene consciencia, aún cuando es consciencia compuesta. Está narrado en primera persona del singular y del plural simultáneamente. El cuento, que podría haber resultado sórdido o extremadamente confuso escrito por otras manos, es de una belleza trágica que difícilmente puede ser expresada con palabras.
Si algo hay que pueda señalar como un punto débil es que, a diferencia de lo que ocurría con los cuentos de Raúl Vallejo, en los de Palacio no se retrata la sociedad de su época. Con ello quiero decir que sabemos que cada uno de estos relatos está ambientado en Ecuador por la nacionalidad del autor y por pequeñas pistas que deja de vez en cuando. Aparte de ello podrían ocurrir igual en París que en Tokio.
Voy a cerrar este artículo recomendando con fervor la lectura de estos cuentos. Son de los mejores que he podido leer desde hace mucho.

Puntuación: 92/100

Posdata. Durante lo que queda de julio y todo el mes de agosto voy a hacer una parada. La aprovecharé para coger fuerzas y para intentar ponerme al día con la biblioteca de autores ecuatorianos, proyecto que tengo muy retrasado. En septiembre regresaré comentando “Pájara la memoria”, de Iván Égüez. Hasta entonces, feliz verano a todos.